Nadie esperaba que la última ronda de exámenes, realizada un año más tarde, en 2022, luego de perturbaciones inducidas por la pandemia, trajera buenas noticias.

Pero los resultados, publicados el 5 de diciembre, siguen siendo contundentes porque revelaron que un adolescente promedio de la parte del mundo donde hay grandes ingresos tiene un retraso de casi seis meses en lectura y nueve meses en matemáticas, en comparación con sus pares que presentaron pruebas similares en 2018.

En varios países ricos, los jóvenes de 15 años se desempeñan en niveles que en aquel entonces se habrían esperado de estudiantes un año más jóvenes.

Estos hallazgos son aún más pesimistas debido a las tendencias desalentadoras que los precedieron. Años de pruebas internacionales sugieren que, cuando fue la pandemia, los adolescentes típicos de los países con altos ingresos no tenían mejores habilidades numéricas que los que habían estudiado unos 20 años antes.

En lectura y ciencias, los puntajes promedio han ido bajando durante una década, según el criterio de la OCDE, a pesar de que el gasto ha ido aumentando. Así que hay buenas razones para pensar que las calificaciones en los últimos exámenes (conocidos habitualmente como pruebas PISA) habrían bajado incluso sin la agitación producida por el covid-19.

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El sombrío informe escolar debería movilizar a los gobiernos para llevar a cabo dos tareas. La primera es renovar los programas para “recuperar el tiempo perdido” de la pandemia, cuyo vigor y financiamiento están empezando a decaer a pesar de que el trabajo está lejos de estar completo.

Los datos publicados en julio por un importante proveedor de pruebas sugieren que durante el año académico más reciente muchos alumnos en Estados Unidos no progresaron más rápido de lo normal antes de la pandemia.

Los resultados de PISA de este mes sugieren que los puntajes de Estados Unidos quizá hayan caído un poco menos que en muchos otros lugares, pero eso no significa nada para los millones de jóvenes que, de cualquier manera, se acercan al final de sus días escolares con enormes brechas en sus conocimientos.

Una prioridad de cualquier nuevo plan de recuperación del tiempo perdido debería ser la reducción del ausentismo. Tanto en Estados Unidos como en el Reino Unido, entre el 20 y el 30 por ciento de los alumnos pierden al menos una lección de cada diez y, a menudo, muchas más.

Esto es más o menos el doble del porcentaje antes de la pandemia. En cuanto a los alumnos que asisten con regularidad a clase, las escuelas podrían ofrecerles más lecciones de lo habitual. Proporcionar más tiempo de aprendizaje (durante las vacaciones, los fines de semana y después de la escuela) es quizá la manera más sencilla de hacer que los jóvenes vuelvan a ponerse al día.

Pero en muchos lugares a las horas extras se les ha dado poca importancia en los planes de recuperación; son costosas porque habría que pagar más a los docentes o contratar a más docentes. Y los niños no están interesados.

La segunda tarea de los gobiernos es revertir las desalentadoras tendencias de largo plazo. Las pruebas internacionales ofrecen pistas sobre lo que funciona y lo que no. Reducir la cantidad de alumnos es a menudo una pérdida de dinero; tener docentes de alta calidad es más importante. Los presupuestos de educación podrían tener una mejor orientación.

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En los países ricos, la oferta que tienen los alumnos desfavorecidos es personal menos calificado y que deben estudiar con menos libros. Cambiar gran parte de esto significa enfrentarse a poderosos grupos de presión, incluidos los sindicatos de docentes y los padres adinerados. En teoría, la crisis ofrece una gran oportunidad para realizar este tipo de reformas.

Un argumento más para lamentar que los políticos estén centrando sus energías en otras áreas. El gobierno británico ha descrito el desempeño de sus alumnos en las pruebas PISA como un triunfo (al igual que Estados Unidos, este país ha ascendido en las clasificaciones, pero solo porque sus puntuaciones cayeron un poco menos que el promedio).

El Partido Laborista, que quizás llegue al poder el próximo año, planea ser más duro con las escuelas privadas haciéndolas pagar impuestos; no le cuestan nada al gobierno y obtienen excelentes resultados, pero imponerles impuestos en teoría obligará a algunos padres a aumentar la carga sobre el sector público.

Mientras tanto, en Estados Unidos, en los últimos años se ha desperdiciado mucha energía en batallas apasionadas pero en su mayoría infructuosas, sobre la enseñanza de la historia, el género y la raza.

Las interrupciones interminables durante la pandemia fueron malas para el aprendizaje. No se debería defraudar de nuevo a los niños que están en las escuelas.

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