La pobreza agravada es una de las secuelas más palmarias de la crisis provocada por el Covid-19 y una de las manifestaciones del olvido en que han permanecido los sectores vulnerables del país.

Las proyecciones más modestas señalan que tres de cada cuatro hondureños caerán en dicha condición y que al término de 2020 habrá cerca de 400,000 nuevos pobres.

Los organismos internacionales sitúan a Honduras entre los países que más sufrirán las consecuencias de la crisis económica, con un retroceso de hasta 14 escalones en materia de reducción de la pobreza y de la pobreza extrema.

El círculo de la exclusión social, la falta de acceso a los servicios y asistencia primaria, el desempleo y la miseria, se ha profundizado con creces en Honduras.

Mujeres, hombres, niños, adolescentes y hasta adultos mayores han salido a las calles a exponer su demanda angustiosa en espera de que las dependencias gubernamentales acudan en su auxilio en la actual dificultad.

Hay que decir que la ayuda paliativa que han recibido los compatriotas que deambulan pidiendo dinero, porque literalmente están desamparados, no ha provenido de los organismos estatales obligados, sino más bien de empresas socialmente responsables y de semejantes de buena voluntad que les han tendido la mano a los desdichados.

En época de “vacas flacas”, de aflicción, de muerte y de plagas, es propicio que volvamos al viejo tema de pedir cuentas sobre los recursos que las autoridades del país aseguran que han sido invertidos en la disminución de la pobreza.

Al tenor de lo que señalan las cifras oficiales, del año 2000 a la fecha se han destinado más de 500,000 millones de lempiras en nombre de los programas de alivio que no han redundado en beneficio de los desposeídos, sino en el incremento exponencial de la población en circunstancias de fragilidad social.

¿Cómo vamos a abordar una crisis devastadora como la que se nos avecina con siete u ocho de cada diez hondureños viviendo en la pobreza?

Es una predicción fatal que no hay que tomarla de soslayo, menos todavía porque los necesitados han sido utilizados siempre como mercancía de cambio por los políticos, acostumbrados a darse un revestimiento de demagogia para capitalizar sus medios y sus fines

Por lo demás, bueno es que reflexionemos que éste es el tiempo de responder al llamado a buscar el bien, de ayudarnos los unos a los otros y de convertir a Honduras en un solo pueblo que lucha en medio de una emergencia sanitaria, económica y social de dimensiones apocalípticas.

Son los compatriotas del estrato social más bajo los que se encuentran en las peores circunstancias, en razón que no tienen posibilidades de subsistir en la nueva normalidad creada por la presente contingencia.

Cuando la peste del Covid 19 arrecia, la solidaridad es una obligación y debe ser una primera regla de vida en mérito de nuestro prójimo, de los menesterosos.