Nunca como ahora, y escuchen bien partidos y políticos, la democracia hondureña necesita reglas electorales claras y confiables: un sistema electoral ciudadano y a favor de los intereses de las mayorías.

Y nunca como en décadas a los partidos y políticos se les había presentado -como ahora- esta oportunidad de limpiar su cara sucia y su decadente desprestigio, entregándonos en bandeja de plata, un nuevo y confiable marco legal electoral que en Honduras acabe con lustros y lustros de fraudes, manipulaciones y “mañosadas” en las urnas.

Por eso la insistencia de HRN a la clase política para que no desaprovechen la coyuntura; este momento histórico para entregarle a la democracia hondureña una nueva, transparente e incluyente ley electoral.

Una norma que además de beneficiar a los intereses de la gente, les ayude -a partidos y políticos- a reivindicar su honor y credibilidad perdidos y enlodados, a punta de fraudes y de picardías.

Una nueva ley electoral que no apañe el amaño ni legitime las  prácticas podridas que se han convertido en moneda de curso corriente y mal oliente en las urnas, servirá también para mitigar el desencanto y enojo del pueblo con su clase gobernante, reflejado en ese pobre y raquítico porcentaje que no supera ni siquiera el 37 por ciento con el que un candidato se convierte en presidente en Honduras.

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Hemos venido exhortando a esta rancia clase política nuestra a que no desaprovechen la oportunidad que la tolerante y aguantadora sociedad hondureña les está poniendo en bandeja de plata, pero a la luz de ciertas evidencias y denuncias, pareciera que no quieren que el colapsado y “pando” sistema electoral que por años “eligió”, entre comillas, a los que no ganaron el favor del voto popular, se mantenga tal cual tótem del fraude y de las “mañosadas” en las urnas.

Se resistieron a la segunda vuelta electoral y la oposición ha venido denunciando que a toda costa quieren dejar una ventana abierta a la reelección indefinida. Han andado también en la onda de darle voz y voto a los concejales suplentes del CNE sin consensuar lo que a todas luces parece un desaguisado electoral, con todas las fuerzas políticas representadas en el Congreso Nacional.

¿Será posible que lo que esta clase política desea es mantener el desasosiego y la inconformidad social en el país?. ¿Mantener la llama que alimenta el orden establecido y que afianza los marcos que trastocan la pluralidad, la participación ciudadana y el respeto a la voluntad popular?.

¿Será que tampoco les importa que el país se hunda en el fango de la desconfianza, de la flagrante pérdida de credibilidad, de la corrupción y de la ruina económica y social?.

La apuesta de la clase política, en tiempos de incertidumbre, de inconformidad y enojo social, no puede seguir siendo suicida ni peligrosa para la estabilidad democrática del país, en tanto no adecenten sus conductas y comportamientos, y le limpien la cara sucia a sus andanzas y acciones.