Tanto o peor que la inflación, la devaluación de la moneda siempre fue en cualquier economía, él o uno de los impuestos más caros para los que menos tienen o reciben ingresos.

En estos primeros días del 2022, los hondureños hemos venido atestiguando cómo estos preocupantes fenómenos, sumado al encarecimiento del costo de la canasta básica, han comenzado a hacernos tempraneramente la vida y nuestra economía familiar “de palitos”.

Como regalo de Día de Reyes le subieron al precio de la harina y el pan, y antes, se habían disparado con un incremento al valor de la bolsa de cemento que dicen las autoridades salientes ya lograron revertir, y desde el día en que el partido de gobierno perdió en las urnas las elecciones, el Banco Central comenzó a deslizar el precio del lempira frente al dólar en una sostenida aunque no tumultuosa depreciación que al día de ayer había ya provocado -injustificadamente alegan los expertos- la caída de nuestra moneda en un poco más de 60 centavos en comparación con la divisa estadounidense.

¿Qué hay detrás de esa injustificada como innecesaria decisión, que según el respetado banquero nacional Jorge Bueso Arias, de manera  arbitraria ha tomado el directorio del Banco Central de Honduras?

Si son más los que pierden con la devaluación de la moneda, y obviamente, pocos y privilegiados los que ganan, como por ejemplo los exportadores, ¿qué razones o argumentos ha tenido el Banco Central que preside el señor Wilfredo Cerrato para inducir ese deslizamiento del valor del lempira frente al dólar? ¿A quién o quienes entonces están favoreciendo?

La devaluación, en cualquier circunstancia y escenario, es y será siempre más dañina que beneficiosa para el grueso de la economía, máximo cuando en el país hay menos exportadores que importadores.

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Es que la devaluación impacta más a los importadores y consecuentemente a los consumidores de esos productos importados que somos todos o casi todos; impacta las deudas en dólares, impacta la compra de materias primas y dentro de éstas los insumos agrícolas.

¿Cuántos productos de primera necesidad que hoy adquirimos en supermercados, mercaditos de barrios y hasta en pulperías, no son importados? Por eso insistimos en que la devaluación como la inflación, es uno de los impuestos más groseros y gravosos, que se convierten en una cruz pesada sobre la economía de los hogares hondureños.

¿No son acaso los pobres los que gastan en bienes de consumo de primera necesidad que ya fueron impactados por el aumento de precios? ¡Es que la depreciación provoca un aumento en el valor de las materias primas, en los insumos y los bienes importados, lo que además se traduce en altos costos para las empresas, y claro que sí, para los consumidores!

La inflación como la devaluación son impuestos caros y groseros también para los que menos tienen.

Es además uno de los factores que provoca que el déficit de la balanza comercial crezca, se deteriore y que le pase pues la cuenta de cobro al consumidor final.

¿Y en que redunda todo eso?, pues en más pobreza mientras acrecienta un factor social sobre el cual las sociedades como la nuestra han estado resintiendo en los últimos tiempos más: menos democracia!