Educación. Uno de cada cuatro niños hondureños recibe clases en el suelo. 5 mil 696 escuelas y colegios no tienen servicio de agua potable. Hay 14 mil centros educativos cuyos techos están a punto de caerle encima a alumnos y profesores. Seis de cada diez escuelas no tienen laboratorios para las clases de computación. Faltan 649 mil pupitres para sentar a igual cantidad de estudiantes.

La deplorable realidad del sistema educativo hondureño,  que hoy está a la cola en la región centroamericana, y con el segundo peor rendimiento académico de América Latina.

De otra manera no podía ser: con el 44 por ciento del total de planteles educativos sin electricidad, un grave deterioro de la infraestructura y del mobiliario escolar, la precariedad de los servicios básicos, la falta de higiene en las instalaciones sanitarias,  tenían entonces que pasarnos esta factura. Se trata de los factores que afectan el aprendizaje de los alumnos y que condicionan su rendimiento académico.

Dramática y lamentable realidad, que se agrava en la medida que los pedagogos han demostrado la directa relación que hay entre la infraestructura escolar y el rendimiento académico; el papel trascendental y determinante que la infraestructura juega para mejorar la calidad de la educación pública y su interacción con el desempeño social y económico del país.

 Y cuando un sistema educativo como el nuestro carece de una infraestructura escolar adecuada, no se puede proyectar nada que incida en manera alguna en la sensación de bienestar, de autoestima, de potenciación del aprendizaje, que estimule el deseo del alumno de permanecer dentro del aula de clase. Un estudio hecho por la UNESCO años atrás, demostró que las condiciones físicas de los centros educativos en los países de América Latina condicionan las tasas de deserción estudiantil, de asistencia del alumno a lo largo del año escolar y hasta de los indicadores y registros de matrícula estudiantil.

Miren sino la cantidad de consecuencias que el estado de la infraestructura y las condiciones físicas e higiénicas de los centros educativos, derivan.  En ese mismo estudio, la UNESCO también descubrió que un alto porcentaje de docentes que no llegaban a impartir clases en sus centros educativos en los que las condiciones físicas y sanitarias eran buenas, era mucho menor que los maestros que enseñaban bajo una infraestructura física deteriorada.

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Es que una infraestructura derruida y unas instalaciones que no cuenten con un sistema de tratamiento de aguas residuales, como ocurre con al menos cinco mil centros educativos públicos, impacta el ambiente laboral de los docentes,  menguando su capacidad de innovar y de mejorar los procesos pedagógicos en el aula.

 Ahí están entonces las causas que explican el bajo desempeño escolar del alumnado hondureño. Las variables que inciden en el cumplimiento del derecho a una educación con calidad.  Que aún tengamos un millón de niños y jóvenes sin poder pisar un aula de clase es el reflejo de un sistema excluyente, inequitativo , incapaz de responder a las necesidades y derechos de la población estudiantil de Honduras.

 Cuando sólo 31 de cada cien jóvenes y adolescentes tienen la oportunidad de entrar a la escuela pública, el sistema público fracasó en la cobertura y en el acceso obligatorio al conocimiento, quintándole las oportunidades de vida a miles de jóvenes, independientemente de sus condiciones sociales y culturales.

Que sean tantos los niños y niñas que no pueden ir a la escuela aún, conspira contra la inclusión, la oportunidad, que debería abrirse para construir una sociedad más democrática, inclusiva, equitativa y respetuosa del ser humano y sobre todo, de la niñez y juventud históricamente en desventaja en Honduras.  Ésta es nuestra realidad más triste. Nunca nos dimos cuenta que la eficacia en la educación pública no solo se mide por la calidad en la enseñanza, sino también por las condiciones físicas en las que ésta se recibe.

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