No hay nada más pernicioso que la politización de aquellos temas que son de primera línea de importancia para nuestro país como es la educación.

Ciertamente, es una catástrofe que al menos 800,000 hondureños no sepan leer ni escribir; peor aún que hayamos retrocedido en tal grado que el analfabetismo se triplicó en diez años.

Sin embargo, no debemos caer en la trampa de darle un acento estrictamente político a este debate. ¿En qué aprovecha si las discusiones se concentran única y exclusivamente en lo que se dejó de hacer en los gobiernos pasados y que ha derivado en el cataclismo educativo de hoy?

¿Investigar qué acciones u omisiones son atribuidas a los políticos del régimen pasado y de los anteriores con el desastroso resultado en la formación de nuestros niños y jóvenes?

Y si es planteada otra duda: ¿Van a venir a salvarnos de la tragedia educativa los docentes cubanos que llegarán para dar apoyo a nuestros profesores en la aplicación de metodología y modelos de enseñanza?

¿No estamos, de nuevo, perdiendo la perspectiva en el abordaje de un tema tan relevante como es la reivindicación del derecho a la educación, la defensa de la escuela pública y la dignificación de la docencia?

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El analfabetismo no es la única desgracia nuestra. La pandemia ha causado la deserción de cien mil alumnos cada año, la pérdida de tres años de conocimiento y una vertiginosa caída en la calidad de la enseñanza-aprendizaje.

Frente a esta hecatombe, lo que reprobamos es que el tema se deje caer en una discusión con ribetes políticos. Si le damos un revestimiento de tal naturaleza a la problemática educativa, sólo vamos a alentar que una gran parte de nuestros compatriotas permanezcan en el oscurantismo.

No puede ser que se hagan primar los juicios de valor más o menos sectarios y no las luces que arrojan distintos actores de la sociedad civil, de la dirigencia magisterial y de la academia, respecto al camino que hay que seguir para reorientar nuestro sistema de enseñanza-aprendizaje.

Somos el país más atrasado en la cobertura, nivel de escolaridad, calidad educativa y competencias de alumnos y docentes. Somos la nación con los indicadores más altos de analfabetismo, deserción, repetición y falta de oportunidad en la impartición de clases, basada en un modelo memorístico.

Éste es el momento de convidar a todos los actores de la educación para construir una política pública que plantee un nuevo modelo de enseñanza-aprendizaje, la formación de los docentes como facilitadores en las aulas de clase y la preparación de  los alumnos en su papel de agentes de cambio y de transición hacia la sociedad del conocimiento.

¡Es hora de intervenir para salir del oscurantismo, de la ignorancia y del rezago educativo. De ello depende nuestro desarrollo!