La realidad hondureña siempre estuvo matizada por los problemas no resueltos, las demandas no satisfechas y los conflictos no superados. Una nación, digamos, rehén de malestares sociales acumulados y descontentos ciudadanos que derivaron en una polarización y división que terminó pasándole factura al desarrollo económico del país y al bienestar común del pueblo hondureño.

 Una conflictividad que no fue gestionada desde el planteamiento de soluciones ni abordada desde la búsqueda de consensos, y que al juntarse y conjugarse, generó una  atmósfera política y social compleja  y prácticamente resquebrajada.

Así es como entonces hemos venido transitando. Ha sido, para nuestro pesar y desgracia, la tortuosa ruta que no nos ha permitido avanzar hacia un estadio de convivencia social, económica e institucional.

La mezquindad, los intereses particulares y gremiales, los reduccionismos interesados y las miopías habituales, nos terminaron convirtiendo en una sociedad insensible, negativa, conformista, derrotista y casi sin esperanza.

Seguimos agobiados y amolados por múltiples y variopintos problemas, muchos de ellos acumulados por la inacción o la indiferencia, por la insensibilidad o la irresponsabilidad, y algunos tan graves como la intolerancia, o la incapacidad de dialogar, de buscar consensos, de ponernos de acuerdo, de unirnos alrededor del bien común. Y eso ha deformado todo en la sociedad hondureña. Ha deformado la visión y misión para desarrollar el país y evitar que tres de cada cuatro hondureños vivan en condiciones de pobreza y extrema pobreza.

Pero, ¿vamos a seguir así? ¿Empeorará este nefasto escenario de polarización, y seguiremos siendo rehenes de quienes en Honduras han entronizado la incapacidad de consensuar, de dialogar, de ponernos de acuerdo, de apostar al bienestar general? ¿No creen que llegó la hora de ponernos serios, y alcanzar por fin un nivel mental y espiritual de enfocar, ponderar y analizar la formas sensibles y humanistas de ser y actuar?

 Las sociedades que salieron adelante y las economías sociales más poderosas y exitosas apostaron a los consensos y la búsqueda del bien común. No hay pócimas milagrosas ni varitas mágicas para salir del subdesarrollo y la pobreza.

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La única vía para vencer la desigualdad y acabar con los bolsones de ignorancia y barbarie económica es a través de la unidad de la familia hondureña, de los gremios, de la sociedad civil, de la clase política. Ahí es donde está el centro de la idealidad pública.

Ya no podemos seguir alimentando y profundizando esa prevaleciente tendencia hacia el empoderamiento del individualismo y de los intereses clasistas. No más magnificación de lo negativamente “mío”, de “mi partido”, de “mi gremio”, de “mi clase social”.

Esa inclinación ha tendido a ser nefasta, porque las distorsiones históricas en el proceso han generado muchos repudios, insatisfacciones y reclamos crispados; los elementos activadores de la destrucción de una sociedad y de la unidad alrededor del bien común.

 Es mucho lo que hay que corregir y hacer!. Como sociedad, todos, tenemos una deuda que ensanchar con nuestra gente. Se vuelve hoy no sólo imperioso, sino impostergable construir un modelo de nación y de sociedad que responda a los lineamientos básicos de un Estado humanista, funcional, sensibilizado por la pobreza.

 Todos estamos llamados a deponer ya la mezquindad, la irracionalidad, la insensibilidad; poner lo mejor de nuestras voluntades y energías para cumplir esa tarea común. La negatividad no es buena, la desunión es peor. El cambio de actitud es el carburante que mueve a un cambio evolutivo real, y la unidad es lo que nos hará mejores.