Los organismos externos y académicos nacionales lo han advertido: Nuestro sistema de enseñanza-aprendizaje ha entrado en una década perdida por la exclusión forzada de niños durante la pandemia y por otros factores que son propios dela problemática educativa.

De manera repetida hemos señalado que cerca de un millón de estudiantes tuvieron las puertas cerradas durante la crisis epidemiológica el año pasado, porque estuvieron desconectados de las clases virtuales.

Y no es mucho lo que han hecho las autoridades del ramo quienes, en la práctica, han dejado "solos y abandonados a su suerte" a nuestros menores estudiantes en situación vulnerable.

Sus exposiciones son las mismas, revestidas de demagogia y sin acciones puntuales que marquen un giro hacia una política pública educativa coherente con la reconstrucción y transformación de Honduras.

Lo único que han hecho los funcionarios de turno es generar una cruda polémica en torno al regreso a actividades académicas, a la vez que han prometido la asignación de mil millones de lempiras para la rehabilitación de la infraestructura escolar, así como la inclusión presupuestaria de unos 50 millones de dólares para impulsar la conectividad digital en gran escala.

¿Pero cuándo avanzaremos en la elaboración de una estrategia de formación docente, mejoramiento en el desempeño estudiantil, ampliación de la cobertura y elevación en la calidad educativa?

La educación no ha sido antes, ni es ahora una prioridad. No se han invertido los recursos necesarios y no se han emprendido los esfuerzos para incluir esta materia en un proyecto de pais.

Nuestro sistema educativo vive toda una desgracia por su deteriorada infraestructura, la falta de producción y dotación de materiales, la manipulación en el nombramiento y especialización de los maestros y por la ausencia de la capacidad creadora de contenidos como parte de un nuevo modelo de enseñanza.

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Dos elementos dominan de manera esencial la educación hondureña: La mediocridad en el rendimiento de los alumnos y la insuficiencia en el desempeño de los docentes.

En esta materia, lo sustancial se convirtió en intrascendente, no obstante los compromisos asumidos en el papel por los políticos de ayer y de hoy, acostumbrados a pronunciar discursos "grandilocuentes" y "falsos" sobre la gestión educativa en Honduras.

Esto explica por qué nuestro país ocupa los primeros escalones entre los que presentan los índices más altos de ignorancia, sub-desarrollo, desigualdad y rezago.

Si algo es urgente en nuestra realidad de hoy es que hay que darle un vuelco a la educación en todos los niveles. Dos mil veintiuno puede ser el tiempo en el que empecemos a transitar desde el oscurantismo hasta la luz del saber.

Honduras no podrá avanzar si cada uno de los actores de la educación no asumen sus compromisos y si no entienden que el desarrollo se construye sobre los cimientos de una enseñanza-aprendizaje con calidad, pertinencia e inclusión, más aún cuando estamos hundidos en un tiempo de dificultades extremas.

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