No podemos admitir más pretextos. Si hay algo que es necesario, esencial, importante y perentorio, es que los niños y jóvenes regresen a las aulas, donde los docentes son los facilitadores del aprendizaje y donde la convivencia entre los educandos es vital para fortalecer sus capacidades.

Llevar de vuelta a todos estudiantes a su entorno escolar, empoderar a los docentes y elevar una nueva pedagogía basada en la combinación de aprendizajes presenciales y virtuales, son tareas inaplazables.

Para tal objetivo es forzoso que se lleve adelante una obra planificada de reconstrucción de la infraestructura escolar. La situación en ese terreno es sencillamente desastrosa: Siete de cada diez establecimientos están en ruinas o presentan un profundo deterioro.

Quizás la relación sea mayor, no sólo como producto del cierre de escuelas por la emergencia sanitaria, sino por el paso arrasador de las tormentas tropicales Eta y Iota, fenómenos éstos que han afectado al sector educativo en todos sus componentes.

Pasaron dos años y, en ese tiempo, únicamente se hizo trascender que estaban disponibles alrededor de cinco mil millones para rehabilitar la infraestructura educativa, pero nunca se rindió cuentas de su destino.

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Los funcionarios que forman parte de las comisiones de transición del nuevo Gobierno han revelado que se necesitaría la suma de 2,600 millones de lempiras para la reparación de unos 6,000 establecimientos de enseñanza a nivel nacional.

Hemos hecho hincapié en una verdad: Para que los niños y los jóvenes de Honduras regresen a clases, es absolutamente imprescindible que se establezcan todas las condiciones apropiadas, eficaces y propias de nuestras necesidades. Y esto pasa por el restablecimiento de los centros de estudio y por una robusta motivación para que los estudiantes y los docentes se apropien de la vida en las aulas de clase.

La permanencia de los alumnos en sus nichos escolares y frente a sus maestros, es precisamente lo que va a marcar las posibilidades de recuperación del tiempo perdido, de reiniciar la impartición y asimilación de contenidos; en fin, de reencauzar todo el sistema educativo.

La pandemia y los fenómenos naturales provocaron el derrumbe de los limitados logros obtenidos en educación en la última década, la calidad de la enseñanza también cayó estrepitosamente, la escolaridad de nuestra población descendió de ocho a seis grados -y según algunos expertos, pudo haber bajado tres años- en tanto la matrícula perdió entre cien mil y 300,000 alumnos.

Es hora de revertir estos marcadores de pobreza en la educación nacional y de situar la enseñanza-aprendizaje en la línea de primacía en la agenda de país.

El Gobierno que el pueblo eligió para el próximo cuatrienio, tiene el deber histórico e ineludible de mostrar una firme decisión política para llevar de nuevo a los niños a las aulas de clase y garantizar que se den las circunstancias de carácter inevitable como son: volver a abrir los centros de estudio, elevar la calidad de la enseñanza, revisar el currículo básico, insertar a los profesores en una carrera de formación continua e involucrar a la sociedad entera y a la comunidad cooperante.

Hay que ir hacia la recuperación de nuestro sistema educativo y radicar en las aulas de clase el progreso de Honduras. ¡Es una deuda acumulada que hay que honrar ahora!