Son apocalípticas las manifestaciones del cambio climático, así como sombríos los pronósticos respecto a un prolongado período de sequía que nos dejará una deficitaria producción de alimentos.

Son más de 200 municipios y no menos de 250,000 familias las que han sido afectadas por la falta de lluvias. Se espera que este escenario se repita con igual o mayor crudeza en el presente ciclo.

Los pronósticos son ciertamente desesperanzadores. Marzo y abril registrarán temperaturas más altas que los dos años recientes. No será hasta en junio que tendríamos muy marcado el fenómeno de El Niño y una canícula acentuada a partir de julio.

Los modelos apuntan que en el período en curso se registrarán acumulados de 20 milímetros de agua, muy por debajo de los 80 milímetros precipitados en los años anteriores.

Y se nos han advertido que las lluvias caerán en un corto tiempo y su volumen no será suficiente para hacer fructificar la tierra en correspondencia con la demanda de alimentos de la población.

En las décadas recientes, la calamidad ha caído encima de las actividades agrícolas que han tenido una caída de entre 40 y 60 por ciento en los períodos de sequía como el que se ha predicho para 2023.

Convenimos que la emergencia derivada del errático patrón de lluvias no puede ni debe ser enfrentada con la misma visión cortoplacista y de improvisación tal como ha ocurrido desde siempre.

Apremia que las autoridades de turno con competencia en la gestión de crisis adopten medidas para atender el campo, adaptarnos al calentamiento global y reducir los efectos devastadores de este evento.

Lo aconsejable es que enfrentemos integralmente la grave situación por la que atraviesa el aparato productivo, amenazado por los malos pronósticos para la siembra y cosecha.

Son predicciones poco alentadoras las que se han formulado, no sólo por los modelos de las condiciones del tiempo que prevalecerán este año, sino porque el campo sigue siendo marginado de las prioridades gubernamentales en cuanto a la asistencia técnica y crediticia a los productores, ampliación de las áreas de cultivo, diversificación de los rubros y otros temas vinculados.

El reto es titánico y requiere de la participación de todos los actores: Gobierno, productores, banca privada, industriales, fuerzas vivas y expertos en el asunto del cambio climático.

Estamos ante una crisis; pero, al mismo tiempo, se nos presenta la ocasión de aprender a vivir en medio de las alteraciones climáticas, un fenómeno que hasta ahora hemos observado con temeraria indiferencia.

Llegó el tiempo de poner a andar una política de preservación de nuestros recursos naturales y de tomar las providencias del caso para rehabilitar nuestro sistema productivo, que no es más que volver a las raíces de la riqueza: el campo, la tierra.