Si un Estado invierte en educación desde la temprana edad de la persona, no solamente estará fomentando la escolaridad sino que a través de la formación académica del individuo, le estará permitiendo a este, a su núcleo familiar y a la sociedad en su conjunto, tener mayores expectativas de bienestar, acceso a mayores ingresos y mejores niveles de renta en todos los aspectos.

Cuando una sociedad invierte en educación entonces, capitaliza un sinfín de logros y avances que de otra manera no le serían tan posibles y viables de alcanzar: prepara a jóvenes con mejores aptitudes, capacita su fuerza laboral, desarrolla el pensamiento crítico, aumenta el nivel de ingresos del núcleo familiar y empodera la competitividad, dentro y fuera del país.

Un reciente estudio de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, OCDE, reveló que los países que más invierten su Producto Interno Bruto en educación de calidad, han logrado coronar sus metas académicas, económicas y sociales, antes que otras naciones que no pasaron de invertir ni siquiera el 4 por ciento de su PIB en educación.

La semana pasada la organización de sociedad civil, ASJ, publicó un informe en el que se detalló que el Estado de Honduras invierte menos de un lempira en libros para los estudiantes del sistema público.

Menos de un lempira. El mismo informe reveló que para la compra de textos escolares en 2024 para 1 millón 700 mil alumnos, se aprobó la pírrica como insignificante partida de 1 millón 600 mil lempiras! ¿será eso invertir en educación e invertir en educación de calidad?

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Por eso es que no nos debe sorprender que en Honduras, entre 800 mil y un millón de niños y jóvenes estén fuera de las aulas de clases, y que un promedio de 490 niños y niñas deserten diariamente de los establecimientos educativos.

Unos 800 mil hondureños no saben leer ni escribir, y el estado de Honduras sigue a años luz de alcanzar los estándares internacionales que coronan la calidad educativa. Los indicadores con los que estamos cerrando otro año lectivo, coligen entonces que algo seguimos haciendo mal.

La nueva administración del país sigue quedando también a deber en el ensanchamiento de la deuda que se tiene con los estudiantes hondureños en inclusión, pertinencia y calidad en la escuela pública.

Como Estado se continúa conspirando contra el derecho que los hijos de esta nación siempre debieron tener al conocimiento, independientemente de sus condiciones sociales, económicas y culturales.

Hoy Honduras está ya a la cola en la región centroamericana. El 75 por ciento de nuestros estudiantes no alcanza el estándar internacional mínimo en lectura, y en matemáticas el indicador es más que escalofriante.

Mientras Costa Rica destina el mayor porcentaje de su riqueza a la enseñanza otorgando el 7, 6 por ciento del PIB a la educación, Honduras no logró pasar de un 4.9 de su Producto Interno Bruto como inversión en el vital rubro.

¿Y las políticas y estrategias públicas, primordiales para potenciar la educación?. Hoy más que nunca es urgente e inaplazable la implementación de programas capaces de transformar el sistema y proporcionar a los estudiantes una educación de mejor calidad que les permita competir, no sólo en el mercado local sino también fuera de las fronteras patrias.

Construir la educación del futuro apoyándose en modelos educativos ejemplares, es lo que llevar a un estándar de bienestar general elevado. Llegó la hora de cultivar y empoderar a estudiantes y profesionales egresados de la escuela pública hondureña con un calificado perfil de emprendimiento, pensamiento crítico, creatividad y competencia.

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