Los indicadores que han dado a conocer los funcionarios del Gabinete Económico muestran un entorno alentador acerca de los giros que han dado las finanzas y que se reflejarán el año entrante.

Las proyecciones están afincadas en las cifras sobre el comportamiento de la economía en los últimos meses de 2019: La industria textil ha crecido un 10 por ciento y el precio internacional de los principales productos de exportación se ha levantado en forma relativa.

Además, las reservas internacionales han sobrepasado los 5,000 millones de dólares y las remesas han repuntado en un 13 por ciento, en tanto se presume que la inflación y la devaluación cerrarán dentro de sus márgenes de buen manejo.

Así es como se ha pintado el estado de las finanzas desde la visión gubernamental; sin embargo, los empresarios e industriales observan desde una perspectiva adversa la gestión económica de 2020.

Y es verdad. No todo es miel sobre hojuelas como se nos ha mostrado desde la ventana del Gabinete Económico. Grandes empresas han anunciado este año su retiro del territorio nacional, además de que la inversión extranjera directa ha seguido cayendo vertiginosamente.

Se ha tornado más difícil la conservación de los empleos; tampoco se han creado más fuentes de trabajo en los porcentajes en que deberían para ser absorbidos por el mercado nacional.

No son de bonanza los tiempos que están por venir, con todo y que los voceros de la actual administración pretenden menospreciar los riesgos a que se enfrentan las finanzas en referencia con la condición social de las capas discriminadas de la población.

La preocupación y la incertidumbre se impone entre los grandes, medianos y pequeños empresarios y emprendedores para quienes resulta difícil en sumo grado navegar en un mar de contratiempos para sacar adelante sus negocios.

El golpe cae con más dureza sobre los segmentos frágiles, cuya capacidad adquisitiva se ha derrumbado rápidamente este año. Los cálculos de los organismos populares revelan que, nada más en los últimos meses de este año, la disponibilidad de fondos para satisfacer las necesidades se ha reducido entre un tres y un cinco por ciento.

En suma, las políticas económicas no son compatibles en Honduras, uno de los países con el más profundo grado de desigualdad social, pobreza y turbulencias económicas de la región.

Por encima de las fantasías macroeconómicas, los hondureños necesitamos ser insertados en una política pública de crecimiento económico, equidad social y voluntad política favorable al desarrollo integral.