Ha habido siete finales de Champions League entre equipos del mismo país y todas han sido en este siglo. No es casualidad. La centralización del fútbol europeo ha provocado un acaparamiento de títulos entre los mismos.

Esta vez es Inglaterra la que recoge el guante, aunque en la final entre el Manchester City y el Chelsea, sus directores sean un español y un alemán y solo haya cuatro ingleses sobre el césped.

La "pérfida Albion" vuelve a erigirse como epicentro del fútbol mundial, apenas dos años después de que el Liverpool doblegase al Tottenham Hotspur en una insípida final en Madrid.

Aquellos dos equipos han cedido la oportunidad de alcanzar la gloria a un primerizo como el Manchester City, y a un Chelsea que aún vive de lo que ocurrió en Múnich hace nueve años, cuando derrotó al Bayern en penales.

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No pesan las dos victorias consecutivas que traen los Blues. 1-0 en las semifinales de FA Cup y 1-2 en la Premier. Estas dos bofetadas de Thomas Tuchel a Pep Guardiola son pasado, aunque demuestran la capacidad del alemán para ser el contrapunto a la estrategia del español.

El juego sólido y defensivo del germano, perdedor ya el año pasado con el París Saint-Germain, ha sabido imponerse a la sinfonía perfecta que toca Guardiola, con los mejores instrumentos desde que llegara hace cinco años a Mánchester.

Por fin su ciclo toca el clímax. Tras acumular títulos domésticos, el de Sampedor acaricia el día por el que firmó por el City.

En cambio, si Tuchel conquista la Orejona, habrá revolucionado un equipo a la deriva en apenas cinco meses. Si lo hace Guardiola, que suma 10 años sin tocar el trofeo, habrá transformado en éxito un proyecto a largo plazo, en el que más tiempo ha invertido y que le ha arrebatado cinco años de su existencia.

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