La escasez de combustible, agua limpia y comida, impuesta por un bloqueo israelí, representa una creciente amenaza a la vida de muchos miles más.

Alrededor del mundo, se alzan voces para que haya un cese al fuego o que Israel abandone su invasión terrestre. Al escuchar a algunos políticos israelíes hacer un llamado a la venganza, incluyendo al desacreditado primer ministro Benjamin Netanyahu, muchas personas concluyen que las acciones de Israel son desproporcionadas e inmorales.

Muchos de aquellos que argumentan esto creen en la necesidad de un Estado judío, pero temen un Estado judío que da un valor tan escaso a las vidas palestinas. Les preocupa que las pocas esperanzas de paz en este añejo conflicto queden sepultadas bajo los escombros de Gaza.

Esos son argumentos poderosos, pero llevan a la conclusión equivocada. Israel inflige terribles bajas civiles. Debe minimizarlas y ser visto cuando lo hace. Los palestinos carecen de los suministros humanitarios esenciales. Israel debe permitir el paso de mucha más ayuda a Gaza.

Sin embargo, incluso si Israel elige honrar estas responsabilidades, el único camino hacia la paz yace en reducir dramáticamente la capacidad de Hamás de utilizar a Gaza como una fuente de suministros y una base para su ejército. Trágicamente, para eso es necesaria una guerra.

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Para entender el porqué, tienes que comprender qué ocurrió el 7 de octubre. Cuando los israelíes hablan sobre el ataque de Hamás como una amenaza existencial lo dicen literalmente, no en sentido figurado. Debido a los pogromos y el Holocausto, Israel tiene un contrato social único: crear un territorio donde los judíos sepan que no serán asesinados o perseguidos por ser judíos.

El Estado ha honrado esa promesa desde hace tiempo con una doctrina estratégica que exige disuasión, alertas tempranas de un ataque, protección en el frente nacional y victorias israelíes decisivas.

Durante las dos décadas pasadas, Israel ignoró el hecho de que los palestinos también merecen un Estado. Netanyahu impulsó a Hamás para sabotear a los palestinos moderados (un plan cínico para ayudarle a argumentar que Israel no tiene un socio para la paz).

En cambio, el sufrimiento de los palestinos se convirtió en algo que había que manejar, con una mezcla de incentivos financieros y disuasión, y que se mantiene fresco mediante repetidas guerras breves.

El 7 de octubre, Hamás destruyó todo eso, incluyendo el esquema frágil de Netanyahu. Los terroristas rompieron el contrato social de Israel al quebrantar la doctrina de seguridad creada para defenderlo.

La disuasión demostró ser futil, las alertas tempranas de un ataque estuvieron ausentes, la protección en el frente nacional fracasó y Hamás asesinó a 1,400 personas en comunidades israelíes. En lugar de disfrutar la victoria, los militares y espías israelíes se vieron humillados.

El colapso de la doctrina de seguridad de Israel ha desatado un bombardeo feroz contra el pueblo de Gaza. La razón es un intento de restaurar ese principio fundador. Israel desea que los 200.000 o más evacuados puedan regresar a casa.

Quiere mostrar a sus numerosos enemigos que todavía puede defenderse a sí mismo. Sobre todo, ha llegado a entender que, al elegir asesinar a israelíes a pesar de cuántos palestinos morirán en Gaza, Hamás ha probado que es impertérrito.

La única salida del ciclo de violencia es destruir el régimen de Hamás (que significa matar a sus líderes de más alto rango y aplastar su infraestructura militar). La sugerencia de que una guerra que involucre la muerte de miles de personas inocentes pueda llevar a la paz horrorizará a muchos. En el pasado, un acto de violencia ha conducido al siguiente. Ese es, en efecto, el gran riesgo en la actualidad.

No obstante, mientras Hamás controle Gaza, la paz es imposible. Los israelíes se sentirán inseguros, así que su gobierno atacará a Gaza de manera preventiva en cada ocasión que Hamás haga amenazas.

Asfixiados por la seguridad israelí permanentemente estricta y asesinados al ser utilizados como escudos humanos por Hamás en incursiones israelíes preventivas, los palestinos se radicalizarán. La única manera de avanzar es debilitar su control y al mismo tiempo crear las condiciones para que surja algo nuevo.

Eso comienza con nuevos liderazgos en ambos lados. En Israel, Netanyahu será obligado a dejar el cargo porque estaba en el poder el 7 de octubre y porque su reputación de ser el más férreo defensor de Israel está dañada. Entre más rápido se vaya, mejor. Su sucesor necesitará ganar un mandato para una nueva doctrina de seguridad.

Eso debería involucrar un plan para la paz y poner bajo control los asentamientos israelíes, cuyos habitantes incluso ahora están atacando y asesinando a palestinos en Cisjordania.

Los palestinos necesitan líderes moderados con un mandato democrático. En este momento, no tienen ninguno. Eso en parte se debe a que Netanyahu fortaleció a Hamás, pero también porque Mahmud Abás, el presidente de la Autoridad Palestina, ha hecho a un lado a rivales potenciales.

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La pregunta es cómo detener a Hamás o a su sucesor para evitar que recobren el control de Gaza antes de que líderes nuevos puedan surgir de elecciones justas.

De ahí la segunda condición para la paz: una fuerza que proporcione seguridad en Gaza. Israel no puede proporcionarla al ser una potencia ocupante. En cambio, la Franja necesita una coalición internacional, que es posible que incluya a países árabes que se oponen a Hamás y al país que lo respalda, Irán.

Como hemos argumentado con líderes anteriores, crear una coalición con la que todas las partes estén de acuerdo requerirá un liderazgo comprometido por parte de Estados Unidos y un acto de fe por parte de la región.

Y eso nos lleva de regreso a la condición que hace que todo esto sea posible: una guerra que degrade a Hamás lo suficiente como para permitir que algo mejor ocupe su lugar. Es importante cómo Israel libra esta guerra. Debe cumplir su promesa de respetar el derecho internacional.

No solo es lo correcto, sino que Israel podrá mantener un gran apoyo durante los meses de combate y encontrar respaldo para fomentar la paz cuando los combates cesen solo si da señales de que ha cambiado. En este momento, esto significa permitir la entrada de mucha más ayuda humanitaria y crear verdaderas zonas seguras en el sur de Gaza, Egipto o (como el mejor talismán de su sinceridad) en el Néguev, dentro de Israel.

Un alto el fuego es el enemigo de la paz, porque permitiría a Hamás continuar gobernando Gaza por consentimiento o por la fuerza con la mayoría de sus armas y combatientes intactos. Los argumentos a favor de las pausas humanitarias son más sólidos, pero incluso esas implican un sacrificio. Las pausas repetidas incrementarían la probabilidad de que Hamás sobreviva.

Nadie puede saber si llegará la paz a Gaza. Sin embargo, por el bien de los israelíes y los palestinos, la región merece tener la mejor oportunidad posible. Un alto el fuego elimina por completo esa posibilidad.

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