Sin perder un segundo, las previsiones cambiaron de estar empapado de pies a cabeza a sentir un calor abrasador, mientras una cúpula de calor se cernía sobre buena parte del sur de Estados Unidos hasta los Grandes Lagos.

Casi no ha pasado un solo día este verano sin que haya noticias de algún fenómeno meteorológico extremo en algún lugar del mundo. Aunque el clima siempre bate récords, eso nos pone a pensar qué sucederá cuando la temperatura del planeta se caliente aún más.

Por si fuera poco, la Administración Nacional Oceanográfica y Atmosférica (NOAA, por su sigla en inglés) de Estados Unidos anunció la llegada de El Niño, un patrón climático que aparece cada dos a siete años y eleva las temperaturas globales.

Por tal motivo, es bastante probable que este sea el año más caluroso que se haya registrado y que 2024 lo sea todavía más, con temperaturas cercanas a 1.4 grados Celsius por encima de los niveles preindustriales.

Algunas regiones tropicales sufrirán inundaciones dañinas y otras, sequías, con consecuencias preocupantes para el suministro de alimentos y la propagación de enfermedades. Y como ocurre con el cambio climático, es hora de prepararse para la llegada de El Niño.

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Según las previsiones actuales, es probable que este El Niño sea fuerte. El último ciclo de este tipo se produjo en 2014-2016 y fue devastador en los países a los que más afectó. Las sequías llevaron la producción de alimentos de Sudáfrica a su nivel más bajo en 20 años y provocaron una de los peores series de incendios forestales de la historia de Indonesia.

Al mismo tiempo, el clima más cálido y húmedo alimentó las enfermedades en toda Sudamérica, incluido el peor brote de infecciones por el virus del Zika en 65 años.

Uno de los motivos por los cuales es probable que los efectos de El Niño sean graves en esta ocasión es que se sumarán al calentamiento global. Aunque apenas está empezando —el fenómeno de El Niño se llama así por el Niño Jesús, ya que su momento más álgido es en Navidad—, ya provocó el cierre de la mayor pescadería del mundo, ya que las anchoas huyeron de las aguas costeras de Perú.

También sacudió el mercado mundial del arroz, ya que, como un acto preventivo, India prohibió la mayor parte de las exportaciones de su cosecha.

Las agencias humanitarias advirtieron acerca de las amenazas que se ciernen sobre la seguridad alimentaria y la salud, así como de los brotes de enfermedades como la malaria, el dengue y el cólera en amplias zonas de África y Sudamérica.

Es probable que el sudeste asiático sufra un clima excesivamente caluroso y seco. Los incendios generalizados en Indonesia podrían afectar la calidad del aire en toda Asia.

Por mucho que nos asusten estos peligros, es posible prepararnos para algunos de ellos antes de su llegada. Por fortuna, El Niño es hasta cierto punto predecible. No hay dos exactamente iguales, pero su naturaleza cíclica revela patrones de tiempo cálido y seco y excesivamente húmedo.

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Las previsiones estacionales son mucho más confiables de lo que eran en 2014-2016. Esto puede ayudar a canalizar los fondos para, por ejemplo, mejorar la infraestructura hídrica de forma preventiva o para reforzar los edificios en regiones con probabilidades de sufrir tormentas, en lugar de hacerlo después de que se haya producido el desastre.

Si se refuerza la resiliencia antes de El Niño, se pueden minimizar los daños y, por tanto, el gasto en ayuda de emergencia y reparaciones.

Algunos organismos de ayuda están utilizando mejores previsiones para empezar a planificar con antelación. Por ejemplo, la Federación Internacional de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja lleva a cabo programas de previsión en 17 países y su objetivo es que una cuarta parte de su financiamiento de ayuda en caso de desastre se gaste con antelación para 2025.

La Organización Mundial de la Salud comenzó a trabajar con la Organización Meteorológica Mundial para poder predecir con la mayor certeza posible dónde es mejor asignar suministros y personal médico.

Esta es solo una pequeña fracción de la ayuda necesaria. Solo el uno por ciento del financiamiento para desastres recaudado a través de los llamados de la ONU entre 2014 y 2017 se asignó por adelantado, a pesar de que uno de cada cinco sucesos era altamente predecible.

Se calcula que las catástrofes naturales afectaron a 185 millones de personas en todo el mundo el año pasado, pero menos de 4 millones recibieron ayuda a través de medidas de prevención.

El problema es que muchos de los países que sentirán los efectos de El Niño todavía se están recuperando de desastres anteriores. Algunos de ellos están vinculados con episodios pasados de sequías o inundaciones extremas; otros, a los efectos perdurables de la pandemia de covid-19 y el aumento de los precios de los alimentos provocado por la guerra en Ucrania.

Es un recordatorio de las dificultades de hacer frente al cambio climático: las tensiones llegan una tras otra sin dar a los gobiernos y las sociedades tiempo suficiente para recuperarse.

Sin embargo, esto no hace sino reforzar la necesidad de ayudar a los países que no pueden permitirse costear sus propios preparativos. Sin importar quién pague la factura, escatimar en el gasto cuando existe la posibilidad de un desastre mañana, no es ahorrar.

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c.2023 Economist Newspaper Ltd, Londres 28 de agosto, 2023. Todos los derechos reservados. Reimpreso con permiso.

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