Nuestro análisis de esta semana, basado en el estudio mundial definitivo sobre actitudes sociales, muestra lo ingenuo que resultó ser.

Sin duda, la prosperidad aumentó. En las tres décadas que pasaron hasta 2019, la producción mundial aumentó más de cuatro veces. Casi el 70 por ciento de los 2000 millones de personas que vivían en la pobreza extrema escaparon de ella.

Sin embargo, la libertad individual y la tolerancia evolucionaron de un modo distinto. Muchas personas en todo el mundo les siguen jurando lealtad a creencias tradicionales, a veces intolerantes.

Y aunque en la actualidad son mucho más ricas, a menudo tienen un desprecio en contra de quienes consideran diferentes.

La Encuesta Mundial de Valores se realiza cada cinco años. En los últimos resultados, los cuales llegan hasta 2022, se encuestó a casi 130,000 personas en 90 países. Algunos lugares, como Rusia y Georgia, no se están volviendo más tolerantes a medida que crecen, sino que preferentemente se apegan a valores religiosos tradicionales.

Al mismo tiempo, los jóvenes de los países islámicos y ortodoxos apenas son más individualistas o seculares que sus mayores.

En contraste, los jóvenes del norte de Europa y América van a la cabeza. Los países donde se tolera quemar el Corán y aquellos donde eso es un crimen, se miran entre sí con una incomprensión cada vez mayor.

A primera vista, todo esto respalda la campaña del Partido Comunista de China para desestimar los valores universales al considerarlos como una expresión de neoimperialismo racista.

Esta campaña sostiene que las élites blancas occidentales están imponiendo su propia versión de la libertad y la democracia a personas que prefieren seguridad y estabilidad.

De hecho, la encuesta sugiere algo más sutil. Contrario al argumento chino, los valores universales son más valiosos que nunca.

Empecemos por la sutileza. China tiene razón en que la gente quiere seguridad. La encuesta muestra que la sensación de amenaza motiva a la gente a buscar refugio en la familia y en grupos raciales o nacionales, mientras que la tradición y la religión organizada ofrecen consuelo.

Esta es una manera de ver los intentos frustrados de Estados Unidos por establecer democracias en Irak y Afganistán, así como el fracaso de la Primavera Árabe.

En medio de la anarquía y la convulsión, algunas personas buscaron seguridad en su tribu o su secta. Con la esperanza de que se restaurara el orden, algunos recibieron con los brazos abiertos el regreso de dictadores.

La sutileza que el argumento chino pasa por alto es el hecho de que los políticos cínicos a veces se proponen diseñar inseguridad porque saben que la gente asustada anhela el mandato de un autócrata.

Eso hizo Bashar al-Asad en Siria cuando liberó a yihadistas asesinos de las cárceles de su país al inicio de la Primavera Árabe. Apostó a que la amenaza de la violencia sunita llevara a sirios de otras sectas a apoyarlo a él.

Algo similar ocurrió en Rusia. Después del colapso económico y las reformas estremecedoras de la década de 1990, los rusos prosperaron en la década de 2000. Entre 1999 y 2013, el PIB per cápita aumentó doce veces, hablando en dólares. Sin embargo, eso no disipó su temor acumulado.

El presidente Vladimir Putin se aprovechó de manera constante de las inseguridades etnonacionalistas de su gente, en especial cuando el crecimiento se tambaleó después. Esto ha culminado en su desastrosa invasión de Ucrania.

Incluso en democracias consolidadas, los políticos polarizadores como Donald Trump y Jair Bolsonaro, expresidentes de Estados Unidos y Brasil respectivamente, vieron que podían explotar las ansiedades de los votantes rezagados para movilizar apoyo.

Por lo tanto, comenzaron a advertir de que sus oponentes políticos querían destruir el modo de vida de sus simpatizantes y amenazaban la supervivencia misma de sus países. A su vez, esto propagó la alarma y la hostilidad en el otro bando.

Aunque consideráramos esto, el argumento chino de que los valores universales son una imposición es un disparate. Desde Chile hasta Japón, la Encuesta Mundial de Valores ofrece ejemplos en los que el aumento de la seguridad en verdad parece conducir a la tolerancia y una mayor expresión individual.

Nada sugiere que los países de Occidente sean los únicos. La verdadera cuestión es cómo ayudar a la gente a sentirse más segura.

La respuesta de China se basa en crear orden para una mayoría leal y deferente que se mantiene al margen de la política y evita desafiar a sus gobernantes. No obstante, dentro de ese modelo se esconde una profunda inseguridad.

Es un sistema mayoritario en el que las líneas se mueven, a veces de modo arbitrario o sin previo aviso, en especial cuando el poder pasa de manera impredecible de un jefe de partido a otro.

Una mejor respuesta proviene de la prosperidad basada en el Estado de Derecho. Los países ricos disponen de más recursos para hacer frente a catástrofes como las enfermedades pandémicas.

Asimismo, los ciudadanos de los países ricos, confiados en sus ahorros y en la red de seguridad social, saben que son menos vulnerables a los sucesos fortuitos que destrozan vidas en otros lugares.

Universales y valiosos

Sin embargo, la solución más profunda para la inseguridad reside en el modo en que los países afrontan el cambio, ya sea por el calentamiento global, la inteligencia artificial o las tensiones crecientes entre China y Estados Unidos.

Los países que gestionen bien el cambio serán mejores para lograr que la sociedad confíe en el futuro. Y ahí es donde entran en juego los valores universales.

La tolerancia, la libre expresión y la indagación individual ayudan a encauzar el cambio mediante un consenso forjado en el debate razonado y la reforma. No hay mejor manera de generar progreso.

Los valores universales son mucho más que una devoción occidental. Son un mecanismo que fortalece las sociedades contra la inseguridad. Lo que muestra la Encuesta Mundial de Valores es que también se ganan con esfuerzo.

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c.2023 Economist Newspaper Ltd, Londres 14 de agosto, 2023. Todos los derechos reservados. Reimpreso con permiso.