Las alianzas formadas con vistas a los comicios del 28 de noviembre han provocado muchas reacciones, unas con cierto nivel de ponderación y varias más emitidas al calor de juicios obcecados.

En medio de esta polvareda que se ha levantado a pocos días para que cinco millones de hondureños acudamos de nuevo a las urnas, han cobrado vida viejos fantasmas que no abonan a nuestra debilitada democracia.

Esos espectros más bien estimulan a quienes dicen defender la pluralidad de ideas y el sistema de las mayorías y aquéllos que aseguran que vivimos en una dictadura que ha secuestrado la democracia y el Estado de Derecho.

Los electores estamos en medio de una guerra de discursos sobre el capitalismo y el comunismo, la vida y la muerte, la edificación y la destrucción, los honestos y los corruptos; en definitiva, una medición de fuerzas entre el bloque del bien y el eje del mal.

Son discusiones contraproducentes. Los hondureños deberíamos de tener frente a nosotros las propuestas de gobierno, los planes de nación y los planteamientos de los aspirantes, dirigidos a construir una visión de país.

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Los políticos que se postulan a cargos de alta responsabilidad en el engranaje Ejecutivo, en el Congreso Nacional y en los gobiernos municipales, deberían de estar acreditando sus cartas de idoneidad, credibilidad, honradez e identificación con los intereses colectivos de Honduras.

La apuesta tendría que ser por un pacto a favor de Honduras y por el diálogo, como legítima vía para alcanzar el entendimiento, el orden, el respeto y la justicia.

A los hondureños conscientes, comprometidos y con sentido patriótico nos corresponde apropiarnos y hacer valer los elementos de la convivencia sana entre gobernados y mandatarios.

Las posturas extremas de los políticos y que han derivado en la crisis que vive el país, No pueden tener sustento ni encontrar eco en ninguno de los sectores que integramos esta sufrida Honduras.

Es hora de que se privilegien la conciliación entre los políticos, el pueblo, los empresarios, la iglesia, la academia, los obreros, los campesinos y las otras fuerzas vivas, alrededor de una solución a los problemas que nos agobian.

En este escenario no tendría que haber lugar para las maniobras proselitistas ni para las tesis obstinadas de los líderes y dirigentes políticos, sino para las respuestas a los aprietos, conflictos y dificultades que hacen convulsionar nuestra realidad.

¿Están los aspirantes a hacerse del poder en el próximo cuatrienio en ruta a aliarse para construir un proyecto de nación y a exponer sus credenciales de verdadera vocación de servicio y de búsqueda del bien común?

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