De acuerdo con el análisis del Fondo Monetario Internacional, Honduras tendrá un crecimiento por encima del promedio de la región este año, pese a la desaceleración económica en que ha ingresado y se espera que el comportamiento mejore en 2020.

Los discursos en torno a la salud financiera y sus derivaciones sobre la economía y las condiciones sociales de la población son diametralmente dispares.

Quienes conducen las políticas económica y fiscal del país afirman que la casa está en orden y que los indicadores de endeudamiento y déficit fiscal se encuentran bajo control. 

A contrapelo de lo que declaran como verdad absoluta los técnicos de las finanzas hondureñas con el aval del Fondo Monetario Internacional, hay un desbalance entre la macroeconomía y la microeconomía.

Esto es: La estabilidad de las finanzas públicas no se decanta en bienestar generalizado sobre la población. No hemos podido alcanzar paridad entre la disciplina fiscal y la mejoría en las condiciones de vida de la mayoría de la población.

La pobreza en la última década solamente disminuyó en dos puntos, la tasa de desempleo se mantiene alta y la capacidad adquisitiva de la mayoría de hondureños no es concordante con el costo de los bienes y servicios de subsistencia.

Una reciente medición del Banco Mundial, ubica a Honduras entre los países con los niveles más altos de desigualdad, tomando como base que tenemos más del 60 por ciento de la población en situación de pobreza y arriba del 40 por ciento en extrema pobreza, con un ingreso de menos de dos dólares al día.

Es posible que todo marche bien en el manejo de la macroeconomía, pero hay una distancia que es obligatorio acortar para lograr una equidad en los terrenos económico y social.

El desafío es permanente: Que la robustez de las finanzas también se vea plasmada en más empleo, mayor seguridad, amplio acceso a los servicios de salud y de educación, más producción, menos pobreza y menor concentración de la riqueza.