El empeño de Karikó en intentar introducir ARN en las células retrasó su carrera, pero ella persistió y junto con Weissman desarrollaron una técnica que permitió preparar el sistema inmunitario contra amenazas de una manera completamente nueva.

Cuando llegó la pandemia de covid-19, las vacunas de ARNm que se crearon a partir de su trabajo salvaron millones de vidas y liberaron a miles de millones más para vivir con normalidad, de nuevo.

Su premio es inusual. El único científico que había ganado un premio Nobel en el ámbito de la vacunación fue Max Theiler, que descubrió la cepa atenuada del virus de la fiebre amarilla, la misma que se utiliza como vacuna desde los años treinta. Ni Jonas Salk ni Albert Sabin fueron recompensados por desarrollar vacunas contra la polio. La erradicación de la viruela tampoco se celebró.

Como el testamento de Alfred Nobel exige que los premios se destinen a quienes hayan aportado el mayor beneficio a la humanidad, un historial tan pobre como este es inmerecido.

Aunque no hayan podido viajar a Estocolmo, ni recibir los bonitos cheques y las medallas de oro de 175 gramos que representan a un empresario de explosivos, los científicos de vacunas pueden pensar en algo aún mejor.

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Como dice la inscripción a Christopher Wren en la Catedral de San Pablo: Si monumentum requiris, circumspice (si buscas su monumento, mira a tu alrededor). El trabajo de los fabricantes de vacunas se conmemora con cientos de millones de vidas.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) asegura que las vacunas han salvado a más personas de la muerte que cualquier otro invento médico. Contradecir una afirmación como esa es difícil. Las vacunas protegen a las personas de las enfermedades de manera económica, fiable y en cantidades notorias.

Y su capacidad para hacerlo sigue aumentando. En 2021 la OMS aprobó una primera vacuna contra la malaria; esta semana aprobó una segunda.

Las vacunas no solo son considerablemente útiles; también encarnan algo humano, de una manera hermosa, ya que combinan la atención y la comunicación. Las vacunas no engañan al sistema inmunitario, como a veces se dice; lo educan y lo entrenan. Como recurso de buena salud pública, permiten a los médicos susurrar palabras de advertencia en las células de sus pacientes.

En un momento en el que la confianza no abunda, esta intimidad entre la política gubernamental y el sistema inmunitario de un individuo se malinterpreta sin dificultad como una amenaza. Pero las vacunas no son conspiraciones ni herramientas de control: son bondad molecular.

Aumentar y mejorar el uso de las vacunas es la mejor manera de honrar aún más este extraordinario conjunto de tecnologías.

Gavi, una asociación público-privada de salud global, ha puesto a disposición de los niños de países pobres y de ingresos medios más de mil millones de dosis de diversas vacunas este siglo; la asociación cree que esto ha evitado más de 17 millones de muertes. Aun así, millones de niños no reciben ninguna vacuna.

A menudo se dice que el legado de Nobel fue una expiación por la destrucción que sus explosivos causaron y aunque sus escritos no ofrecen pruebas de ello, la magnitud del daño generado por estos (se calcula que el uso militar de explosivos en las guerras del siglo XX se cobró entre 100 y 150 millones de vidas) es tan grande que parece que la idea debería aceptarse como verdadera.

La vacunación es uno de los pocos beneficios conferidos a la humanidad que está a la altura de esa tarea. Es como si el mundo pudiera llevar a cabo una de las terribles guerras del siglo XX a la inversa, salvando millones de vidas al año, cada año. Si expiationem requiris, circumspice (si buscas expiación, mira a tu alrededor).

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