La mañana del 24 de septiembre, en el desierto de Utah, enfrente de él estaba una cápsula más o menos del tamaño de un tambor de lavadora, “un poco carbonizada y en mal estado por el uso”. La última vez que sus colegas y él la habían visto fue cuando la prepararon para lanzarla al espacio desde Cabo Cañaveral en el verano de 2016.

En los años que habían transcurrido, la cápsula había viajado a Bennu, un pequeño asteroide en una órbita que cruza la de la Tierra, como parte de una misión llamada OSIRIS REx. En 2020, la nave principal de la misión descendió por poco tiempo a la superficie de Bennu y cargó la cápsula con unos 140 gramos de material.

Luego regresó a las inmediaciones de la Tierra, soltó la cápsula y se fue a estudiar otro asteroide llamado Apofis. La cápsula se zambulló en la atmósfera como un meteorito; no desplegó el paracaídas como se había planeado (lo cual le puso los pelos de punta a Lauretta), pero llegó sana y salva a la superficie.

El 11 de diciembre, Lauretta le presentó a la reunión algunos resultados preliminares del análisis que su equipo realizó del contenido. Tal vez el más importante fue uno negativo. La muestra estaba inmaculada. Aunque todos los días caen a la Tierra trozos de asteroides en forma de meteoritos, nada los protege del calor del ingreso ni de la contaminación posterior en la superficie. La muestra de Bennu tuvo protección.

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Esto es importante porque los asteroides como Bennu son los objetos más primitivos del sistema solar, restos de la nube de gas y polvo que colapsó para formar el Sol. Se cree que casi no han cambiado en los miles de millones de años que han pasado desde entonces.

Esto quiere decir que los elementos que contienen están presentes en las mismas abundancias relativas que habría en el Sol joven y en la materia prima del resto del sistema solar. La muestra de Bennu es “la mayor reserva impoluta de este material en la Tierra”, afirmó Lauretta. “Solo por esto, en mi opinión como cosmoquímico, vale la pena toda la misión”.

Hay mucho más que hacer con la muestra que simplemente sumar abundancias elementales. Los peñascos observados en Bennu tenían formas diversas, algunos formaban terrenos ondulados, otros angulares. Los granos de roca de la muestra, a pesar de ser cientos de veces más pequeños, mostraron una variación similar de tipos, una peculiaridad que quizá necesite explicarse.

Aunque los minerales de la muestra son más o menos los mismos que los que OSIRIS REx observó en toda la superficie del asteroide, algunos granos están cubiertos de costras misteriosas ricas en magnesio, sodio y fosfato, que parecen haber intrigado bastante a Lauretta. Está claro que su equipo y él tienen por delante años o tal vez décadas de trabajo que disfrutar.

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Sin embargo, ya se conoce uno de los resultados de aquella mañana de septiembre. Mientras la cápsula surcaba el cielo, una flotilla de ocho globos que volaban en lo alto observó su trayectoria, no por medio de la luz, sino escuchando el sonido de muy baja frecuencia, conocido como infrasonido, que produjo su onda de choque.

Los instrumentos marcaron su paso como una doble explosión, que se escuchó primero directamente y luego una segunda vez al rebotar en el suelo desértico.

¿Por qué tomarse tantas molestias para escuchar una roca que se acerca? Porque el infrasonido es algo complicado y no siempre es posible saber qué se está oyendo cuando se escuchan sus extraños estruendos.

Gracias al retorno desde Bennu, los científicos dedicados a este tipo de fenómenos auditivos pudieron escuchar un sonido similar al de un meteorito entrante. Si encuentran este doble estruendo en sus datos, sabrán lo que están oyendo.

Según Siddharth Krishnamoorthy, del Laboratorio de Propulsión a Chorro, el centro ubicado en California donde se realiza la mayor parte de la ciencia planetaria de la NASA, el objetivo final de estas investigaciones es elaborar un catálogo de todas las clases de señales infrasónicas, incluidas las que provienen de diversos tipos de sismos.

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Este catálogo podría tener usos tanto fuera como dentro de la Tierra. Por ejemplo, globos en la atmósfera superior de Venus equipados para captar infrasonidos tendrían la oportunidad de notar los sismos que se produzcan debajo de ellos.

La capacidad de diagnosticar sismos en Venus desde lejos sería muy útil. Diseñar sismómetros capaces de funcionar en las condiciones infernales de la superficie de Venus es una hazaña, por lo que poder escuchar lo que ocurre en la corteza del planeta desde lo alto, más allá de sus nubes, sería una verdadera ayuda celestial.

Y para sacarle el máximo provecho se tendrán que reconocer otras fuentes de infrasonidos por lo que son. Por lo tanto, la capacidad de reconocer el característico toquido de un cuerpo extraterrestre entrante será crucial. Esto también ayudaría a los científicos a calcular la tasa de los impactos de meteoritos en Venus, escuchados de fondo, lo cual podría ser interesante en sí.

Nadie espera que pronto haya flotillas de globos de muestreo infrasónico en los cielos del lucero del alba. No obstante, todos los observadores científicos saben que no hay que desperdiciar una buena oportunidad para categorizar el ruido de fondo. Además, hay algo en convertir un efecto secundario de parte de una exploración del sistema solar en una prueba para otra que le añade atractivo a todo el esfuerzo.

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