El desplazamiento ha sido masivo. De acuerdo con las estimaciones, alrededor de 2.4 millones de personas se desplazaron por diversos puntos del territorio nacional e hicieron circular más de cuatro mil millones de lempiras.

Se calcula que alrededor de 50,000 extranjeros, la mayoría centroamericanos, visitaron Honduras y provocaron una derrama de cien millones de dólares, en tanto que unos 36,000 cruceristas generaron alrededor de tres millones de dólares, 70 millones de lempiras, en Islas de la Bahía.

Estamos de regreso a una realidad convulsa. Los hondureños necesitamos lograr un entendimiento de la situación de nuestro país y trabajar incesantemente por la paz, la unidad, la justicia y el progreso.

Sabemos que es espinoso el camino por el que nos desplazamos. Nuestra crisis social y económica es compleja y la inestabilidad política que vivimos es aguda.

Nuestro aparato económico no es robusto y las perspectivas de crecimiento para este año son modestas: no mayor al cuatro por ciento; las finanzas tampoco se encuentran en un buen nivel de estabilidad o de óptima condición de salud, excepto porque las remesas, cuyo ingreso promedia los 9,000 millones de dólares al año, han sido nuestra tabla de salvación.

Las reservas internacionales han bajado hasta los 7,109 millones de dólares, equivalentes a 4.8 meses de importaciones; la deuda pública roza 17,000 millones de dólares y la carga del presupuesto aprobado por más de 407,000 millones de lempiras sobrepasa a la capacidad de nuestras desequilibradas finanzas.

Y si nos referimos a la inequidad social, basta con referir que siete de cada diez hondureños no tienen garantizadas sus necesidades primarias, 120,000 jóvenes fracasan en su intento de obtener un empleo cada año y 4.9 millones de personas se encuentran en inseguridad alimentaria.

Estamos plantados en un terreno en el que tristemente medran la mezquindad, el odio, los deseos de revancha, el sectarismo y otras expresiones de podredumbre humana.

Los hondureños seguimos a la espera de que el Gobierno cumpla con el compromiso de convocar a una concertación para encontrar la salida a nuestro viacrucis.

Así debe ser. A ninguno de nosotros nos conviene que el país se hunda en las finanzas en ruina, que se pierda en la injusticia social; tampoco que se contamine todavía más en el fango de la politización y la impunidad.

No nos cansemos de hacer el bien, ni de trabajar por la convivencia armónica y por la equidad. La demanda a las autoridades de turno es la misma: trazar un plan de nación y visión de país. La misión es construir la Honduras que anhelamos los buenos hijos de esta tierra.

MÁS NOTICIAS: A la clase política no le conviene la llegada de la CICIH, según abogado