Redacción: El Pais

El Partido Liberal ha ganado las elecciones este lunes en Canadá y la oportunidad de un nuevo mandato de Justin Trudeau, según las proyecciones de la televisión pública canadiense CBC pasadas las 10 de la noche.

El primer ministro, encumbrado al estrellato político internacional hace cuatro años por su magnetismo y su arrolladora victoria frente a los conservadores, ha llegado a las urnas sin aureola, lastrado por varios conflictos, y, de confirmarse estas proyecciones, le aguarda ahora una etapa difícil, la de gobernar en minoría en un país más fragmentado que en 2015.

Conforme pasaron las nueve la noche, los gritos de alegría han empezado a retumbar en el Palacio de Congresos de Montreal, donde el partido de Trudeau celebraba la noche electoral.

Los liberales habían llegado a la cita electoral prácticamente empatados en las encuestas con el Partido Conservador, cuyo líder es un político de 40 años llamado Andrew Scheer criado en una familia de clase media y escaso tirón mediático, en las antípodas de lo que representaba Trudeau en su primera victoria.

Ha sido una campaña tensa, muy polarizada, no porque la masa de votantes se haya repartido hacia los extremos sino porque las visiones negativas de los votantes respecto a otros partidos han crecido en los últimos años.

La aparición en el escenario de Trudeau llevando un chaleco antibalas en uno de los mítines más multitudinarios, a raíz de unas amenazas, es la muestra más gráfica de que algo se cruje bajo la próspera y diversa Canadá, el país de Norteamérica menos violento y desigual, donde la pena de muerte no existe y la sanidad es universal.

El Gobierno liberal de Justin Trudeau en pleno auge de movimientos populistas de derecha en varias potencias occidentales se observó como un contrapeso, sobre todo, ante su vecino del sur, subido a la ola del Trumpismo. Los canadienses han vuelto a votar y han votado que siga, aunque de forma más debilitada.

Promesas incumplidas como la de una reforma electoral, escándalos como la acusación de intentar influir en una investigación a una empresa SNC-Lavalin, y lo que se vio como una traición al movimiento ecologista: a nacionalización del gran oleoducto Trans Mountain, entre otros conflictos.