Un Ronaldo desdibujado y lento fue sustituido en el minuto 57 en su estadio y se marchó a casa ofendido antes de que terminase el partido contra el AC Milan

El cuarto árbitro levantó el luminoso desde de la banda en el minuto 57 y un murmullo recorrió el estadio cuando apareció el número 7 de la Juventus. Cristiano Ronaldo, incapaz de superar a ningún adversario en todo ese tiempo y causante de la ralentización del juego, no se lo podía creer.

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Corrió hacia el lateral, murmuró algo en portugués mirando hacia Maurizio Sarri y desapareció camino del vestuario. Era la segunda vez en cinco días que el técnico napolitano lo mandaba al banquillo, tantas como la temporada pasada. 

El domingo, sin embargo, quedaba casi la mitad del partido por disputarse. Una humillación demasiado grande, incluso para su pobre estado de forma, que tensará la relación del jugador con el club y el entrenador justo en el momento en que se decide el premio individual con el que vive obsesionado, el Balón de Oro. Antes de que terminase el partido ya se había marchado a su casa. El divo está ofendido, admiten en Turín, y la bomba se ha activado.

El idilio a orillas del Po ha durado poco más de un año. Ronaldo aterrizó en la capital piamontesa para resucitar al calcio italiano de la larga depresión en la que estaba sumido desde hacía una década y darle a la Juventus la Champions ansiada. Su edad (34 años) y las muestras de estancamiento que ya había dado con el Real Madrid no fueron un problema.

La ilusión, el precio desembolsado —90 millones de euros— y el efecto contagio en otros equipos como el Inter, que ha tirado la casa por la ventana este verano, surtieron el efecto deseado y la Serie A recuperó cierta efervescencia. El problema es que ahora es él, con solo cinco goles esta temporada (solo tres de jugada) quien necesitará un revitalizador.