Si hay algo definitivo en este proceso comicial primario es que el Consejo Nacional Electoral no ha cumplido su cometido de administrar consultas populares limpias, transparentes y confiables.

En sentido adverso, la institución colegiada ha contribuido a generar incertidumbre entre la población, socavar la credibilidad en la democracia y a colocar más en tela de juicio el andamiaje electoral del país.

Los consejeros están dejando un saldo muy cuestionado y penoso alrededor de la justa que tuvo lugar el domingo anterior y que, por cierto, se vio amenazada por conciliábulos movidos por intereses internos y externos.

Un hecho irrebatible es que desde el Consejo Nacional Electoral se ha creado una atmósfera caótica, a resultas de la condenable tardanza con que se lleva a cabo el trabajo de apertura de las maletas, conteo de votos, revisión de las actas y procesamiento digital de la información.

Los datos apenas y comenzaron a ser divulgados "a cuenta gotas", tres días después de haberse dado por clausurada la consulta interna y primaria del 14 de marzo.

Y esto es lo que ha encendido más la llama de la discordia, alentado los reclamos, estimulado los discursos de odio entre los políticos y abierto el camino hacia la desestabilización.

No se justifica el entorno de anarquía que nos arrastra a los hondureños por culpa de la errática, accidentada e improvisada dirección que se ha dado a este proceso.

Estamos en un "hormiguero" innecesariamente. Las denuncias de inconsistencias llueven sobre el Consejo Nacional Electoral y, en las entrañas de los partidos políticos, no hay pausa: las diatribas surgen a raudales y las descalificaciones de unos y otros están a la orden del día en menoscabo del debate de ideas y de la democracia.

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Todo esto pudo evitarse si las reglas hubiesen estado claras desde el inicio, si hubiera primado el compromiso de los consejeros de conducir una consulta legítima y si los líderes en contienda se hubiesen involucrado en un pacto de respeto a los resultados de la elección.

Lo que se impone en estos momentos es que el órgano colegiado y responsable del proceso democrático le dé fluidez al escrutinio, procesamiento y divulgación de los datos de la contienda del domingo recién pasado.

Que se abra espacio a los líderes, dirigentes y representantes de todos y cada uno de los movimientos que participaron en la justa interna y primaria y que se dé entrada a los observadores.

Los miembros de las organizaciones empresariales, de los derechos humanos, de la iglesia, de la red de jóvenes que han vigilado la evolución del proceso, así como los delegados de los medios de comunicación, también deben dar fe de lo que sucede en el centro de conteo y de transferencia digital del Consejo Nacional Electoral.

¿Cuál es el temor a permitir que se lleve a cabo una amplia, incluyente y plural veeduría? ¿Por qué poner cortapisas al reclamo ciudadano de que la apertura de las maletas electorales y el cotejo de las actas se lleve a afecto con toda transparencia?

En la coyuntura presente, cuando dominan la inestabilidad, la desconfianza, el caos, la hipocresía y el cinismo, lo conveniente es que haya una observación inequívoca, una testificación auténtica y un examen puntual de lo que ocurrió el domingo en las urnas.

Porque no debemos permitir que se derrumben los pilares de la democracia que no es más que la expresión legítima e incontrastable de la soberanía del pueblo y el derecho a elegir a sus gobernantes.

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