Apenas ha comenzado el proceso para la adjudicación de plazas docentes y ya ha salido a la luz un agrio y acentuado contraste de criterios.

En réplica dura y airada a la propuesta de un conjunto de organizaciones de la sociedad civil para que el concurso fuese pospuesto, el ministro Daniel Sponda ha reprochado que es una intención de desacreditar el concurso tempranamente.

Al cabo, con más cuestionamientos que consensos, se ha iniciado el plan de selección para el cual están inscritos más de 40,000 aspirantes y que se presume culminará con unos 14,000 nombramientos para los candidatos que obtengan las calificaciones más altas.

Frente a la situación catastrófica en que se encuentra el sistema de enseñanza-aprendizaje, lo procedente es evitar las discusiones sin sentido y eludir, en tanto sea posible, la provocación de recelos y dudas por la falta de acuerdos entre los actores de la educación.

Por ahora, la agenda educativa está encaminada a la selección de plazas para maestros, que son llamados a ser una piedra angular en la elevación de la calidad de la enseñanza, en el regreso de los alumnos que quedaron al margen del sistema y en la recuperación de los contenidos que se perdieron a causa de la pandemia y los fenómenos naturales que nos han azotado.

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Nuestro sistema educativo tiene un profundo rezago en las competencias de los profesores, de tal suerte que la profesión docente ha caído en una fase precaria.

En las dos ocasiones anteriores, el 90 por ciento de los candidatos obtuvieron bajas calificaciones y seguramente los resultados del procedimiento que está en curso serán muy similares en cuanto a las debilidades que tiene la formación docente y las competencias de los maestros en su condición de facilitadores en las aulas de clase.

Ligado con esas flaquezas que muestran la generalidad de los profesores, los niños y jóvenes que son formados en nuestras aulas carecen de las habilidades y de los conocimientos necesarios para afrontar el futuro y convertirse en agentes de cambio.

El concurso para el otorgamiento de las plazas magisteriales debe tener un desenlace honesto, que sea el producto del desarrollo confiable y limpio de una serie de etapas de medición y de evaluación de los candidatos.

¿O es que la carrera docente se va a quedar estancada en la mediocridad, en la manipulación política y en la usurpación gremial, como ha ocurrido siempre, para desgracia de nuestro sistema educativo?

Es una exigencia superar la aciaga historia de los concursos politizados, corrompidos e intervenidos para colocar de manera antojadiza a los docentes en el sistema público.

Nada más así será posible avanzar hacia la calidad de la enseñanza, el buen rendimiento de los alumnos, el desempeño pertinente de los mentores, la construcción de un nuevo modelo curricular y hacia la ansiada tercera reforma educativa.