Cuanto bien, nos seguimos preguntando hoy, ¿no le hubiese generado a Honduras, un razonamiento profundo y serio, un compromiso de país y por el país, esencial para que esta democracia nuestra, frágil y precaria, pudiese haber cumplido a estas alturas, con su fin propio de servir a la voluntad colectiva y al interés general de la sociedad catracha?

Sin duda, que “otro gallo nos hubiese cantado”. Que otra suerte nos hubiese tocado. Seguramente el pueblo hondureño no estaría pagando, con creces, las consecuencias de esta erosión social, económica y humana, que ha empeorado las condiciones de vida de millones de ciudadanos, que ha sumido en la pobreza y en la pobreza extrema a siete de cada diez hondureños.

Por eso es que Honduras tiene esta democracia débil y precaria, que no le genera legitimidad al sistema, que no contribuye a fortalecer el estado de derecho, que ha hundido en las profundidades de la casi indigencia al 73.6 por ciento de los hogares hondureños.

El sectarismo, la polarización, la politiquería, avorazada y mezquina, nos han hecho como sociedad, tocar fondo. El individualismo y los intereses partidistas engulleron cualquier espíritu de unidad, conciliación y reconciliación, y el flagelo de la corrupción y la impunidad, terminaron de hacer el resto.

La olla de presión en la que los políticos convertirán la elección del fiscal general y adjunto ha entrado en ebullición.

El propio fiscal Santos, con todo y su afinidad ideológica, acusó al coordinador del partido en el gobierno de mover las teclas de la injerencia partidista para sacar a unos y meter a otros en el proceso de escogencia que hizo la Junta Proponente del próximo Fiscal General de la República.

¿Será que nunca podrán éstos, que no podremos como sociedad tampoco, dar siquiera el primer paso a un gran acuerdo por el bien común, que haga anteponer los intereses del país; construir y reedificar una agenda hacia el bienestar general?

De ilusos podemos pecar, pero el desafío de unidad y reconciliación es enorme, urgente y necesario, en un momento en el que como sociedad, al borde del precipicio a raíz de las devastadoras consecuencias que la polarización y la mezquindad nos dejó.

Como sociedad no podemos ni siquiera resistirnos a unirnos para construir las bases esenciales de nuestra convivencia. La magnitud de los problemas que enfrentamos, que hace mucho tiempo se volvieron ingentes como insoportables para la mayoría de los hondureños, vuelven urgente un pacto de unidad que impulse un propósito nacional; una base para el crecimiento elevado y sostenible, que nos lleve a estadios dignos de bienestar y equidad, única forma de construir y hacer perdurable una democracia auténtica, inclusiva y participativa.

No hay otra salida a esta crisis en la que estamos sumidos. Llegó la hora de comprometernos y presionar como sociedad por un gran acuerdo de unidad, bien común y desarrollo comunitario. Es la hora de incidir a través de formas conciliadoras que posibiliten arbitrar conflictos, y que los sectores de la sociedad asuman su rol protagónico para superar la conflictividad y enrumbar el país. El bienestar económico y equitativo, las oportunidades aquí, requieren de normas claras e inmunes a las interpretaciones arbitrarias y manipuladas de un gobierno o de la clase política tradicional y sectaria.

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