Le ha llovido sobre mojado al Consejo Nacional Electoral por la mala administración del proceso primario y las sospechas clavadas sobre los resultados de dicha contienda.

Los consejeros han debido comparecer el fin de semana para anunciar la creación de una plataforma digital para efectos de consulta del registro de sufragios, así como una apertura para los observadores, tanto nacionales como extranjeros.

La contrariedad es que esta pretensión apremiante de darle "limpidez" a todas las tareas de recepción y apertura de maletas, cotejo de actas y sumatoria de votos, es muy tardía. No producirá los efectos que se necesitan para desvanecer las suspicacias que ya están bien sembradas acerca de la justa de la semana anterior.

Honduras presenta indicios claros de una democracia fallida a causa de un vacío de legitimidad, falta de decencia, irrespeto a la voluntad del pueblo, inestabilidad y violación de los postulados del debate, de la pluralidad y de la libertad del pueblo para decidir.

Las caóticas elecciones primarias celebradas el domingo pueden quedarse enfrascadas en las dudas y sin reivindicación si no se garantiza una amplia, inclusiva y potable veeduría.

No lo han entendido así los funcionarios de nuestras entidades electorales, porque no han quitado del todo los cerrojos que han limitado o disminuido la claridad de las reglas del juego político.

Porque son los representantes de todos los actores de la democracia hondureña, quienes deben dar fe de la sumatoria inalterable de votos, de la certificación de actas, así como del procesamiento y de la transmisión de datos para reivindicar la legitimidad del proceso.

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Nos han entregando con maliciosa demora, lentitud y fragmentación los datos sobre el ejercicio del sufragio el domingo pasado. Por eso nos preguntamos una vez más: ¿Qué encubren los conductores de la justa del 14 de marzo? ¿Acaso todo está arreglado para facilitar las prácticas vergonzosas de las  elecciones estilo Honduras? ¿Entró en agonía nuestra democracia?

El desafío es rescatar las elecciones primarias del descrédito, de las dudas y de todos los vicios que han desnaturalizado esta cita con las urnas a la que fuimos convocados los hondureños.

Las justas internas y primarias cayeron en la "incredulidad", fueron contaminadas y estas características podrían extenderse a la consulta general de noviembre próximo, cuando la disputa entre los políticos se vuelva más feroz y la rivalidad entre los partidos, más descarnada.

Después de dar lectura a la experiencia vivida hace una semana y sus derivaciones, es posible llegar a un juicio de valor: Si No existe un verdadero ejercicio democrático y si no se construye un nuevo esquema de gestión de las elecciones, Honduras seguirá sumergido en los mismos defectos y en mayor retroceso en materia comicial.

Las elecciones primarias,  manipuladas y puestas bajo amenaza de conspiración, solo pueden ser salvadas por un pacto de decencia política incontrastable, de veeduría social sin obstáculos y de vigilancia ciudadana auténtica.

No tiene que haber espacio para llevar a la democracia hondureña a la mínima expresión de la demagogia y de la politiquería. Mucha razón tienen los líderes de la iglesia cuando han reprochado que los políticos siguen haciendo de las suyas y que su interés no es servir al pueblo, sino llegar al poder para cobijarse con el manto de la impunidad y, desde sus esferas de influencia, proteger a los inmorales, aprovechados y saqueadores de los bienes públicos.

Un vivo ejemplo de cómo la política y la corrupción han pervertido nuestras instituciones es el  execrable expediente de estafa cometida en perjuicio del Seguro Social.

Los culpables y cómplices de este abominable hecho están saliendo bien librados,  gracias a esa malla bien tupida de poder político combinado con impunidad que se ha tejido en el país, un fenómeno en el que ahondaremos en un próximo comentario editorial.

Por ahora, puntualizamos que es una  necesidad adecentar nuestra institucionalidad electoral y democrática, y que es un acto de justicia  que el voto  del pueblo sea de castigo para aquellos aspirantes a cargos de alta responsabilidad que aparentan ser buenos, pero que en realidad son ¡lobos feroces!

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