Una vez más, la naturaleza se ha ensañado con vastos sectores de la población. Centenares de familias quedaron en condiciones de precariedad, porque la tierra se hundió y las casas se derrumbaron.

Los eventos más graves se han presentado en el Distrito Central, Francisco Morazán, y en Cabañas, en el occidental departamento de Copán.

En la capital, las colonias Guillén, Nueva Santa Rosa y Suazo Córdova casi se han transformado en ruinas. La falla geológica que atraviesa esa zona ha provocado hundimientos y obligado al desplazamiento de más de dos centenares de familias.

Es un drama el que viven los vecinos tales repartos. Unos, han debido trasladarse a los hogares de sus parientes; otros, han sido movilizados a albergues habilitados por la Alcaldía del Distrito Central; no pocos, integrantes de unas 50 familias, dicen que no tienen dónde ir y que prefieren morir en su tierra a la que han estado arraigados.

Ha sido patético escuchar de la propia voz de los compatriotas en desgracia que no han tenido la provisión de alimentos ni de agua en los centros de refugio donde han sido trasladados.

Otros, han tenido que correr con el financiamiento del servicio de transporte para abandonar la “zona cero”. El colmo es que los operativos de evacuación no tuvieron el apoyo de los grupos de respuesta de COPECO; fueron ejecutados únicamente por Las Fuerzas Armadas, la Policía Nacional y la Municipalidad.

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¿Está en manos de los políticos y no de técnicos expertos la gestión de riesgos y la atención de emergencias como las que se presentan estos días? ¡Qué reprochable si es así!

En la región occidental del país, las lluvias torrenciales también han ocasionado deslizamientos. Hacemos particular mención de los eventos reportados en Cabañas, Copán, cuyas autoridades edilicias han suplicado al Gobierno Central y a los organismos de socorro que intervengan antes de que se produzcan tragedias mayores.

La historia reciente desnuda la improvisación con la que se ha actuado frente a los fenómenos naturales que han abatido nuestro territorio, y el oportunismo demostrado en la gestión de las obras de reconstrucción.

Esta vez, como en las otras ocasiones en las que nuestros compatriotas han quedado a merced de los eventos climáticos desbordados, ha sido el propio pueblo hondureño, la empresa privada y los países u organismos cooperantes los que han extendido su brazo de solidaridad a favor de los necesitados; no los políticos, ya se trate de los opositores o de los que están en el poder.

A pesar de que somos el tercer país mas vulnerable del mundo a los eventos climáticos, es notoria la pobre capacidad para el manejo de riesgos y para socorrer a las víctimas de tales imprevistos.

¿Para cuándo, entonces, será efectiva la intervención de las autoridades de turno, a través de un plan de ordenamiento territorial y de mitigación de las tragedias naturales?