Víctimas inocentes son el 60 por ciento de la población que busca asistencia de calidad y humanitaria en el agonizante sistema de salud público de Honduras. Es un verdadero drama el que viven en “carne propia” los pacientes que necesitan ser atendidos en los centros de salud y en los hospitales del Estado, pero se encuentran con que el personal especializado es insuficiente para darle gestión a su demanda en todas las ramas de las ciencias médicas. Honduras es uno de los países con la tasa más baja de médicos por cada 10,000 habitantes en comparación con los otros países del área, lo que significa que la población no tiene garantizado uno de los derechos más elementales como es la asistencia sanitaria pronta y eficiente. El sistema público de salud de nuestro país tiene una anémica planta de cinco mil médicos para una población de más de 10 millones, para una relación de un facultativo por cada dos mil habitantes. La cobertura es más limitada en los departamentos de Yoro, Gracias a Dios y Olancho, donde la correspondencia es de un profesional de las ciencias médicas por cada diez mil personas. La disponibilidad de personal médico en nuestro país es cuatro veces menor a la razón establecida por la Organización Mundial de la Salud, mientras en Guatemala la proporción es de 10 doctores por 10,000 habitantes; en El Salvador la tasa es de 16 facultativos; y en Costa Rica la relación llega a 27 galenos. Para no variar, el nombramiento de cargos en el aparato público de salud ha tomado ribetes de politización más acentuados. En este punto es que tienen su origen los conflictos permanentes entre el Colegio Médico y la Secretaría de Salud. Por ahora, las partes han arribado a acuerdos para someter a concurso 157 plazas en 2024 y el próximo año serían nombrados 1,200 galenos que se han desempeñado en la modalidad de contrato. Males mayores se añaden al diagnóstico de nuestro moribundo aparato de salud público: la fuga de médicos hondureños hacia Norteamérica y varios países de Europa, donde se han abierto más espacios y mejores expectativas para estos profesionales. Nunca como ahora, el sistema de salud había estado en tal podredumbre ni dominado por el ostracismo de las autoridades del ramo, la politización, la mala gerencia y la falta de una política sanitaria integral. Nuestro aparato sanitario está en coma, un estado al que ha ingresado sin posibilidad de reversión. El clamor de los enfermos no ha tenido eco, más bien, su situación parece empeorar. La población enferma sigue en el abandono, sin acceso a una atención digna, oportuna, humanitaria y especializada; por lo demás, condenados a morir por la indiferencia de quienes tienen el deber de procurar salud de calidad para todos.