En Semana Mayor, cuando rememoramos la crucifixión, muerte y resurrección del Señor Jesucristo, los líderes de la iglesia han reflexionado sobre la necesidad de que las autoridades de Honduras abran sus corazones y actúen en consecuencia para darle un giro a este país.

Así es. Quienes detentan el poder político de esta Honduras martirizada están llamados a trabajar incesantemente por la paz, hacer lo necesario para devolverle la esperanza y la confianza al pueblo y a marcar el camino del desarrollo de Honduras.

Difícilmente esta nación va a encontrar la respuesta a los problemas si continúa encendida la llama de la división, del encarnizado enfrentamiento político y de la corrupción en desmedro del bien común.

La casi totalidad de nuestro pueblo sufre su propio calvario. A los problemas estructurales de la desigualdad social, la pobreza y la inseguridad, agregamos la conflictividad política y las adversas circunstancias económicas que nos azotan.

¿Hay esperanza todavía de construir la paz, sembrar la comunión, buscar la justicia y dejar de lado la venganza, el odio, el egoísmo, la indiferencia y la carrera salvaje por el poder político que destruye la democracia?

La presente Semana Mayor es, precisamente, un momento idóneo para meditar sobre nuestro reciente pasado, nuestro turbulento presente y nuestro opaco futuro.

El verano 2023 representa un saludable tiempo que debemos dedicar para restaurar y estrechar nuestros lazos familiares, aliviar las cargas que traemos a cuestas, aclarar nuestros pensamientos y fundamentar nuestra visión de vida.

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Para los hondureños es un anhelo y para nuestras autoridades tiene que ser una prioridad la recuperación de nuestros valores comunes, la transformación de nuestra clase política, la profundización de nuestra democracia y la búsqueda de mejores tiempos.

Justamente, las enseñanzas del Salvador del Mundo, Jesucristo, cobran mayor urgencia, veracidad y poder en la espinosa etapa que vivimos. Porque, al fin y al cabo, lo que conmemoramos esta semana es la vida, pasión, muerte y resurrección del Hijo del Hombre, de aquél en quien se consuma la fe, la vida, la restauración y la redención.

Volvamos, como pueblo, a la sencillez y la humildad, a los valores eternos del amor, la misericordia, la honestidad y la justicia.  Bien dicen las Santas Escrituras: "Los estatutos hay que guardarlos y ponerlos por obra. Porque son la sabiduría y la inteligencia de un pueblo entendido y de una nación grande".

A eso debemos aspirar los hondureños y éste es un tiempo bueno para hacer las consideraciones oportunas respecto a nuestro destino.

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