El temporal que nos azota estos días nos trajo de nuevo a aquellos días aciagos del huracán Mitch, hace más de veinte años, con un saldo trágico de 5 mil muertos, 11 mil desaparecidos, dos millones de afectados y medio millón de evacuados.

Eta se ha desplazado por el territorio nacional y ha dejado una estela de destrucción: Al menos veinte muertos, más de 900 familias perjudicadas, cuarenta comunidades aisladas, una decena de puentes que se vinieron abajo, medio centenar de carreteras partidas, casas dañadas, derrumbes, deslizamientos e inundaciones. Se suma el menoscabo sufrido por más de 50 mil hectáreas de cultivos en las regiones norte, oriental y occidental.

Aunque todavía las autoridades no han cuantificado las pérdidas en la infraestructura y en el aparato productivo, se estima que todo este conjunto de perjuicios podría representar entre el uno y el dos por ciento del Producto Bruto.

Ya teníamos bastante infortunio con la pandemia covid que ya ha causado cerca de tres mil muertos y una cifra que ronda los cien mil casos positivos desde marzo, cuando se instaló en el país.

Nos han venido dos emergencias en las peores circunstancias para Honduras. Nuestra economía ha sido arrastrada a uno de los peores indicadores, con un retroceso que se calcula entre ocho y diez por ciento del Producto Interno Bruto, y la pobreza golpea a siete de cada diez personas.

Con oportunidad de la emergencia climática que nos ha sacudido estos días, ha sido evidente la débil capacidad de respuesta y de gestión de riesgos en nuestro país, muy vulnerable a los desastres naturales.

Nos ha generado muchas dudas la inseguridad mostrada y las tremendas contradicciones de las autoridades en el manejo de la urgencia provocada por Eta.

Los responsables de atender las contingencias, a nivel nacional, departamental y local, no pueden alegar desconocimiento de los pronósticos de que se aproximaba a nuestro país el huracán Eta que finalmente ingresó convertido en depresión tropical.

En efecto, las embestidas de la naturaleza no dependen de la decisión, manipulación o intervención humana, pero pueden ser enfrentadas con mejor pertinencia, en el marco de una política de riesgos coherente.

Es objetable que, a sabiendas que el ciclón Eta se dirigía a nuestro territorio, se haya convocado a una conferencia para informar a la población que el feriado de la Semana Morazánica no sería suspendido y, seis horas después, -en cadena de radio y televisión- se daría marcha atrás a la insensata disposición anterior para anunciar que el asueto quedaba cancelado en vista de la amenaza del huracán.

¡Así, con esa descoordinación y contradicciones son manejadas las emergencias en el país! Es el mismo criterio discordante, simplista, ayuno de conocimiento y aislado con que se ha dado respuesta a la pandemia covid.

Lo que se impone es que la gestión de riesgos sea parte de un conjunto de acciones, planes y estrategias que no dejen margen alguno para las imprevisiones como ha ocurrido, tanto en la atención de la plaga covid, así como en la urgencia generada por Eta.

Vivimos circunstancias de apremio que socavan nuestro sistema de salud, aparato económico y seguridad social. La solución a tales imponderables debe ser consistente, razonada y derivada de todo un esquema que no admite contradicciones ni improvisaciones.

Encima de todo, es tiempo de promover la solidaridad, la unidad, el bien común y el sentido humanitario entre la población; y es momento de demandar responsabilidad, transparencia, rendición de cuentas y la colocación del ser humano como fin supremo de la sociedad, entre los gobernantes de este país en crisis, en caos,e impactado ahora por la plaga covid y por la fuerza implacable de la naturaleza.

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