Es muy alto el costo que Honduras tiene que pagar por la falta de previsión en cuanto se refiere al desarrollo de obras de mitigación de desastres naturales.

Así ha ocurrido y esto es lo que ahora mismo sucede con motivo de la eventualidad climática que ya deja un saldo de más de una docena de muertos, carreteras fracturadas, puentes que están a punto de venirse abajo, casas derrumbadas y fallas geológicas activas. ¡Nuestro país se hunde!

Los fenómenos naturales ocasionan anualmente pérdidas por 220 millones de dólares, con una huella de destrucción mayor sobre el Valle de Sula, donde se genera el 60 por ciento del Producto Interno Bruto.

Han pasado al menos cuatro décadas desde que fue planificada la construcción de obras encaminadas a reducir el impacto de los eventos atmosféricos.

Por la desidia y falta de visión de los políticos que han tenido la atribución de administrar el Estado de Honduras en distintos momentos de la historia nuestra, no ha sido posible concretar los proyectos de las represas Los Llanitos y Jicatuyo y El Tablón.

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Estas obras planificadas para aliviar los efectos de las inundaciones en el Valle de Sula, nunca se llevaron a cabo por razones inconfesables. Los intentos de llevar a término los embalses han sido un fracaso.

¿Cómo debemos entender que hayan pasado tantas décadas y que no se haya avanzado en el desarrollo y puesta en operación de las represas concebidas para disminuir el impacto de las lluvias y cuyo costo fue estimado en un inicio en 4,000 millones de lempiras?

Son mayores las pérdidas que nuestro país acumula en cada temporada ciclónica que trae consigo la destrucción de la infraestructura vial y del aparato productivo.

¿No hubiese sido más factible llevar a cabo la inversión de 170 millones de dólares en la represa El Tablón y de 800 millones de dólares en Jicatuyo y Los Llanitos si cada año tenemos un perjuicio económico de 220 millones de dólares por la devastación ocasionada por los eventos naturales?

No hay otra explicación más que la falta de voluntad, la dejación, y la ausencia de un mínimo sentido de responsabilidad de nuestros gobernantes para enfrentar los eventos y los golpes de la naturaleza.

Las contingencias nos dejan un balance cada vez más severo, de manera que el tema del cambio climático y sus derivaciones  tiene que ser tratado con urgencia, oportunidad, visión y seriedad por parte del Gobierno, sin intereses político-sectarios ni improvisaciones.

Las catástrofes naturales que nos toca sufrir, no deben ser abordadas como si fuera un asunto del que hay que hacer mofa o tomarla con ligereza como parece que es el tono que le han dado en la cúpula del Ejecutivo.

¡Nuestro país se hunde. Los hondureños demandan una intervención urgente y planificada ante la inclemencia de la naturaleza!