Muy a pesar de la coyuntura por la que cursamos y que nos obligaría a unir esfuerzos, adecentar las malas prácticas que nos han hundido en el subdesarrollo y levantar el plano de la reconstrucción con visión de nación, Honduras es un país de contrastes.

Nuestra Hibueras es un territorio de choques tan profundos entre los discursos de reconciliación nacional y las pugnas que protagonizan nuestros líderes y dirigentes.

Son pronunciadas las diferencias entre quienes exigen que las cosas cambien para el bien colectivo y los que demuestran, con sus hechos, que vamos por el rumbo equivocado y que el país está más cerca de tocar fondo, muy distante de salir del oscurantismo en que se encuentra.

La teoría y la práctica no son complementarias en nuestra Honduras. Las divisiones se imponen sobre todos los esfuerzos por unir a la sociedad y construir la ruta del desarrollo.

No puede ocurrir de otra manera. La distancia que nos separa es honda y todo parece indicar que los empeños puestos en un proyecto de trabajo conjunto están condenados al fracaso.

Pero hay que decir que la manifiesta incapacidad para llegar a acuerdos sobre el futuro de nuestro país, no es más que el reflejo de la falta de voluntad de la cúpula del poder en todos los tiempos, más acentuada ahora, en los tiempos más aciagos que hemos vivido.

Nuestros líderes y gobernantes no nos han dado el mejor ejemplo de vocación, entrega y compromiso de buscar el entendimiento, la paz, el castigo para los corruptos, la depuración de los políticos y el reconocimiento de los derechos de los marginados.

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Y es que no es fácil. Para arribar a tal grado de madurez, quienes tienen las riendas de esta nación y aquéllos que toman decisiones importantes en nuestro país tendrían que dar muestras de convicción democrática, de renuncia a sus intereses particulares y de negación de sus apetitos de poder, nunca saciados.

Con tristeza observamos cómo desde las entrañas de nuestras instituciones políticas surgen mayores desavenencias entre sus líderes emblemáticos, afloran más islas ideológicas y se multiplican los movimientos que van tras objetivos inconfesables que nos están empujando hacia una Honduras perdida.

Sucede este fenómeno al más alto nivel. Quizá estemos a punto de presenciar situaciones peores, en tanto nuestro pueblo se desgarra entre la discriminación social, la irracionalidad económica, la corrupción y la feroz criminalidad.

Necesitamos que la consciencia nacional sea sacudida hasta sus fibras más sensibles, que los gobernantes salgan de su desidia y de su falta de dignidad, que los políticos reconozcan el daño que la mayoría de ellos le han hecho a este país y se vuelvan por los fueros correctos y que -por fin- el pueblo encuentre su destino en desarrollo, verdad y justicia.

No saldremos nunca de estas arenas movedizas si no entendemosque nuestro país se hace jirones por las ambiciones desmedidas, la intolerancia, la injustica, la demagogia, el populismo y el empecinamiento de unos pocos, en la crisis más aguda de que tengamos memoria.

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