Que a un poco menos de mes y medio para ir a elecciones primarias en tres partidos políticos prime esa sospechosa confusión sobre cómo se van a procesar los resultados electorales, vuelve a encender todas las alarmas cívicas y ciudadanas, mientras el pueblo hondureño parece irremediablemente condenado a seguir cargando la pesada cruz del manoseo de urnas y votos, de la corrupción que históricamente ha manchado los procesos electorales en el país.

Que a poco menos de seis semanas no se le pueda garantizar al ciudadano que lo que va a elegir el domingo 14 de marzo se vea reflejado en el fiel conteo y procesamiento de los votos, evidencia también que esta institucionalidad electoral doméstica no terminó de advertir la urgente necesidad que tiene Honduras de elecciones transparentes y recuperación de la confianza y credibilidad democrática.

Ese confuso y sospechoso rumbo que ha seguido este recientemente integrado Consejo Nacional Electoral no ha sido igualmente consecuente con la oportunidad que ahora se le presentaba en bandeja de plata a esta rancia y mañosa institucionalidad de comenzar a construir procesos electorales relativamente confiables pero sobre todo, por fin cercanos al ciudadano común.

Este parecía ser el momento histórico para que esa vieja y lepera  institucionalidad electoral sacara sus castañas del desprestigio y del fango, después de haber minado a través de esos procesos electorales Marca Honduras, uno de los pilares de la democracia representativa. Es lamentable que después de todo lo que llegó a generar el nuevo Consejo Nacional Electoral o el Tribunal de Justicia Electoral, las cosas en el país sigan como estuvieron siempre, o tan mal o peor que antes.

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 Y que esto siga así es sumamente grave para la democracia participativa, por lo que como sociedad se debe ocupar de al menos discutir de una vez, profundamente y en serio.

Honduras necesita avanzar en una lucha frontal contra la impunidad, desde todos los escenarios. Es urgente que exijamos que lo que le provocó al país vergüenza y desencanto, enojo y rechazo, no siga siendo moneda de curso corriente.

Que los procesos electorales no sigan siendo ni un negocio ni el traspatio de políticos corruptos y sinvergüenzas, de traficantes inescrupulosos de promesas e intereses personales y partidistas, que históricamente compartieron una similar desprecio por los ciudadanos que tan solo fueron manipulados y utilizados para terminar dándosele vuelta a sus propios intereses y beneficios.