Parece que estamos entre caníbales. Es manifiesta la intolerancia entre los principales actores de la vida económica, social y política del país; se ha polarizado la defensa de intereses de grupos; también impera la ingobernabilidad.

Las posiciones extremas impiden el establecimiento de espacios de diálogo para llegar a entendimientos. ¡Qué desventura!, porque Honduras no podrá levantarse del estado de postración en el que se encuentra.

En el Poder Ejecutivo, la ruptura de los lazos de comunicación entre Libertad y Refundación y el Partido Salvador Honduras ha dado lugar a un intenso intercambio de acusaciones de alto calibre, por demás vergonzosas entre sus principales actores.

Desde la cúpula del poder, también se han lanzado ataques a los grupos disidentes que se expresan contra algunas determinaciones que consideran incorrectas para la buena marcha del Gobierno.

Para el caso, está en pie la amenaza a las agrupaciones que han manifestado su rechazo a la propuesta de justicia tributaria enviada por al Congreso Nacional para su aprobación, con la supuesta finalidad de ponerle un término a los abusos cometidos bajo la cobertura de los beneficios fiscales.

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Pero, contradictoriamente, desde la coordinación de Libre se alienta la movilización de grupos de choque para que defiendan la agenda del autodenominado Poder Popular.

Las células formadas por activistas ideologizados de Libertad y Refundación han plantado su violencia en las calles y se han tomado los centros de salud y de educación.

Han ido más allá: a vista y paciencia de las autoridades que aplican unos criterios “anticonspirativos” a unas movilizaciones y otros “más ligeros” para las incursiones de los Colectivos, estos grupos han invadido la sede de diferentes dependencias donde pretenden apropiarse de plazas laborales.

Y en la Cámara Legislativa, cada vez hay menos discusión y deliberación de altura alrededor de temas muy sensibles y de importancia de primer orden para el país.

Las agrias disputas y las indecorosas negociaciones entre diputados de diferentes bancadas, al calor de “incentivos económicos”, son más “evidentes” y “atrevidas”. 

Lo que se pone de manifestó es que, en nuestra Honduras están agotadas las posibilidades de acercar las posiciones de los principales actores políticos, económicos y sociales.

No habíamos llegado los hondureños a tal grado de incomprensión, ni de intolerancia, no sólo en las cúpulas de poder, sino entre los mandos intermedios que no son capaces de hallar vías de solución a los conflictos, debido a sus “aires de soberbia”.

No escuchamos de parte de los gobernantes un llamado a un encuentro inclusivo para ponerle fin a este enjambre de odio, mezquindades, acciones ilegales y violaciones al reclamo de la población a ser sujeto de bienestar común.

¿Hacia dónde va Honduras? Nuestro país es conducido por el sendero de la anarquía; se hunde en la confrontación y en la ideología; se derrumba nuestra institucionalidad y desfallece nuestra democracia.

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