Sin piedad nos han caído todas las plagas a los hondureños. Si observamos nuestro entorno desde la óptica pesimista diríamos que estamos viviendo tiempos apocalípticos, porque tenemos encima toda suerte de pestes.

Estamos ante una emergencia real que nos debe llevar a actuar; a no caer en la indiferencia y, mucho menos, en la pasividad temeraria, si es que no queremos sucumbir.

Nos encontramos bajo la presión de una nueva ola de covid-19 que amenaza con ser más contagiosa y prolongada que las anteriores que nos han aquejado.

El nuevo virus se expande entre el personal de primera línea y entre la planta de funcionarios y empleados de dependencias estatales, en tanto los triajes y las salas para covid-19 de los hospitales a nivel nacional muestran una elevación considerable en el porcentaje de ocupación.

Nuestro país acumula 426,000 casos, el 17 por ciento del total de pacientes diagnosticados en Centroamérica, y cerca de 11,000 decesos por el nuevo virus, correspondiente al 25 por ciento de la suma de víctimas mortales del área.

Los hondureños también estamos en pleno ataque del dengue. La Secretaría de Salud, ha documentado a la fecha 8,300 casos del tipo no grave y un número que ronda 200 personas afectadas por la variante grave.

Nos remontamos a más de una década atrás, cuando la epidemia del dengue causó estragos al arrebatar la vida de casi un centenar de hondureños de todas las edades y condición social.

Para cerrar este círculo de emergencias sanitarias, observamos una acentuada incidencia de la malaria, en tal magnitud que ya se han diagnosticado alrededor de 2,000 casos, el 90 por ciento de los cuales se localizan en el postergado departamento de Gracias a Dios.

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Un hecho que hay que descollar es que en cada una de tales circunstancias apremiantes, nuestras autoridades no han actuado con el suficiente dinamismo ni oportunidad.

No ha habido una movilización de recursos presupuestarios, ni de personal técnico o de especialistas en cada campo, hasta que los eventos se han convertido en crisis.

Ante la arremetida de la pandemia de covid-19 y de las epidemias de dengue y de malaria, la salida está en la adopción de medidas de prevención, en la planificación y en la unión de acciones para impedir que los males que nos plagan provoquen una “tragedia sanitaria mayor”.

Los hondureños somos más débiles frente a las modernas pestes que -poco a poco- ponen en vilo nuestras expectativas de vida e impactan nuestro sistema económico y social.

La negligencia, la pasividad y el desinterés no caben en la fórmula que debemos aplicar para ganar la guerra a las históricas y a las contemporáneas plagas de Egipto.

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