Los efectos de la pandemia no pueden ser más demoledores. A cinco meses de haber impuesto un confinamiento para detener el avance de la pandemia, unos 600 mil ó 700 mil trabajadores de la economía formal han sido suspendidos o perdieron su empleo y cerca de dos millones del sector informal han quedado igualmente en la intemperie.

Son casi tres millones de prójimos que cayeron en el desamparo, que pasaron a la línea de los desocupados o se encuentran a punto de hacerlo y, en consecuencia, están emigrando al bloque de la pobreza.

Los propios datos del Banco Central ponen de relieve que el Producto Interno Bruto se contrajo en 10 por ciento en junio, la balanza comercial muestra un déficit que ronda 1,800 millones de dólares en el primer semestre de 2020 y el pago de tributos se vino abajo en más de 15 mil millones de lempiras en el mismo tiempo.

Cuando revisamos estas cifras y valoramos las proyecciones realizadas por entendidos en la asignatura, no terminamos de entender por qué el Gobierno actúa con tanta dejadez y ambivalencia en la administración de la crisis.

Además de no haber tomado en cuenta el criterio de los expertos en términos de definir las líneas estratégicas para encarar la crisis de salud con todos sus daños conexos sobre el basamento económico y social del país, las autoridades competentes no han logrado hasta ahora encontrar un balance entre la protección de la salud y la salvaguardia de la economía.

Lo que se antepone es una profunda descoordinación en todos los niveles de toma de decisiones, hondas disidencias entre secretarios de Estado y funcionarios de segunda categoría y evidentes funciones duplicadas que entorpecen el ejercicio de un liderazgo en la actual ofensiva contra la plaga.

Estamos en el umbral de una aguda recesión económica. Lo que tenemos ahora es un aparato productivo agonizante. Justamente porque nos balanceamos sobre la cuerda floja es que se requiere de la adopción de medidas heroicas, sabias y, sobre todo, pertinentes.

Es inadmisible que se dé largas, por razón de intereses inconfesables de algunos sectores, a la aprobación de nuevas disposiciones conducentes a suministrarle oxígeno a la economía, a través del incremento a dos dígitos en la circulación de personas y del avance hacia la siguiente etapa de la nueva normalidad.

Hemos hecho hincapié en que las grandes, medianas y pequeñas empresas necesitan restablecer sus operaciones y volver a mover el aparato productivo nacional.

Se trata de generar riqueza e impulsar la circulación de dinero para salvar empleos, llevar sustento a los hogares hondureños y menguar la inicua desigualdad social que ha golpeado al pueblo, ahora con fuerza avasalladora.

Para dar un salto de trascendencia en la ofensiva contra la pandemia, Honduras urge que se establezca un orden, que se garantice el ejercicio de buena gerencia y se hagan a un lado todos los intereses encontrados que nos ponen a la zaga en el abordaje de la emergencia, que colocan en estado agonizante a la economía nacional y que nos aproximan a una debacle social a la cual no podremos sobreponernos.

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