La economía está postrada y la pobreza va en crecimiento en Honduras. Pensar en un confinamiento, aunque sea parcial, con el fin de contrarrestar la pandemia No es, en consecuencia, la mejor opción para nuestro país, donde las respuestas a la emergencia han sido antojadizas y descoordinadas.

Cien mil empresas, en su mayoría pequeños y medianos emprendimientos, están en quiebra o en camino a sufrir ese revés; un diez por ciento ya cerraron definitivamente; y un millón de puestos de trabajo se perdieron o están congelados a causa de la emergencia sanitaria.

Sabemos que No hay otra alternativa que no sea la de reactivar nuestra economía, al mismo tiempo que es conducida una estrategia de alivio social para la población, porque ninguna de estas condiciones puede darse si No van de la mano.

El asunto de fondo es que no hay señales que indiquen que vamos por esa ruta. Quienes nos gobiernan han privilegiado los compromisos llenos de populismo, pero vacíos de acciones firmes frente a la eventualidad que vivimos.

Las disposiciones puestas en marcha para encarar la actual contingencia han estado divorciadas de una estrategia equilibrada entre la prioridad de salvar vidas y la necesidad de proveerle a la población los medios de subsistencia para evitar que se hundan en la miseria.

Observamos un acelerado deterioro de la calidad de vida de siete de cada diez hondureños, si No es que esa relación se ha extendido al ochenta por ciento.

Es grande el menoscabo que sufre la población. Tres de cada cuatro hondureños han caído en la pobreza y, la mitad de ellos, en la indigencia.

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El constante aumento en el precio de los carburantes, el alto valor por el consumo de energía eléctrica y el incontenible encarecimiento de la canasta básica, empujan todavía más fuerte a un número creciente de personas a la precariedad y al bloque de excluidos que No tienen opciones para entrar en un proceso de movilidad social.

Y si a los grises personajes que manejan la crisis sanitaria se les ocurre mantener la idea obtusa de establecer restricciones para menguar las nuevas y virulentas cepas de covid-19, las consecuencias serán peores: Una economía destruida y una pobreza más extendida.

Nos hemos convertido en un país donde la clase media desapareció, la empresa privada tiene minusvalía y los pequeños y medianos emprendimientos están en cuidados intensivos.

Muy a pesar de ello, No existe una voluntad real de parte de quienes administran el Estado de trazar un camino frente a la crisis. La postración del sistema productivo nos conduce a una debacle económica y a un estallido social que no podremos contener por más esfuerzos que sean empeñados para revertir sus consecuencias.

Imperioso es, entonces, que se planteen signos de solución a la problemática social y económica que tenemos encima como derivación de la pandemia. ¡Que se haga la luz al final del túnel”.

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