¡Vaya si no es cierto que la crisis de liderazgo, los desacuerdos y la endeble legitimidad de las autoridades de la Cámara Legislativa está dejando una huella profunda!

El Congreso Nacional no ejerce un contrapeso democrático, su papel deliberativo está desbaratado y la voluntad de conciliación entre las fuerzas políticas, simplemente no existe.

La aplicación antojadiza del procedimiento legislativo y la interpretación caprichosa de la Constitución son el orden del día en el Congreso Nacional; también son la causa del entumecimiento en que se encuentra ese Poder del Estado.

El quehacer legislativo está disminuido a una agenda insustancial. La Bancada de Libre y la subordinada Junta Directiva, presidida por Luis Redondo, no han mostrado ni decisión firme ni vocación conciliadora para discutir iniciativas importantes como aquéllas orientadas a batallar contra la impunidad, perseguir la corrupción y fortalecer la estructura democrática de nuestro país.

Libre ha montado un género de autocracia en el Congreso Nacional, sepultó la alianza con el Partido Salvador Honduras y puso en movimiento los hilos de un pretendido cogobierno con el liberalismo, pero de resultados fallidos hasta ahora.  

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De la misma manera, ha sido un revés para el partido en el poder no haber logrado la mínima aprobación para las reformas a la Ley de Defensa y Seguridad Nacional ni para el proyecto de Participación Ciudadana.

Todas estas condiciones han influido en la incompetencia para alcanzar consensos políticos. El saldo no podía ser otro que el anquilosamiento de la actividad legislativa.

Evidencias de que no ha sido viable mantener las caras de la integración en el Congreso Nacional son la llevada y traída acta de ratificación del ingreso de Honduras en la Corporación Andina de Fomento y la derogación de varios decretos calificados de “pactos de impunidad”.

En medio de la inmovilidad del Poder Legislativo, no figura un líder que aproxime a los sectores políticos para obtener un relativo orden y una interacción entre las fuerzas políticas.

El Congreso Nacional permanece en una criticable inactividad que refleja el sesgo político-ideológico de los diputados, su falta de compromiso, cierto grado de absolutismo de la bancada del partido en el gobierno y también el desvío de los objetivos de la oposición, siempre acomodada y a la expectativa a entrar en “arreglos oportunistas”.

De paso, a los hondureños nos cuesta 9.2 millones de dólares, más de 200 millones de lempiras, el pago de sueldos y salarios a 128 diputados propietarios y sus suplentes que no pueden ponerse de acuerdo para aprobar, reformar y derogar leyes.

Las posibilidades de consenso están rotas y esto nos ha traído un estancamiento de la agenda legislativa, un liderazgo político inválido y un estado de ingobernabilidad que mina los contrapesos de la democracia.

¿Hay tiempo de rescatar la esencia de una Cámara Legislativa plural, abierta y deliberativa?.

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