Mucho se ha escrito sobre la educación y su importancia en la formación de las nuevas generaciones y en la construcción de oportunidades determinantes para el progreso de los pueblos.

El sabio hondureño, José Cecilio del Valle, decía: “Toda nación ignorante es envilecida, tarde o temprano subyugada”, mientras que el científico Albert Einstein analizaba: “Nunca consideres el estudio como una obligación, sino como una oportunidad para penetrar en el bello y maravilloso mundo del saber”.

Trágicamente la educación en nuestro país ha caído en un proceso de involución mucho más marcado a causa de la pandemia que ha dejado al descubierto la desigualdad, la exclusión y la mediocridad de nuestro sistema de enseñanza-aprendizaje.

Al término de 2020 habremos perdido entre cinco y diez meses de clases y retrocedido muchos años en la cobertura y en la calidad de la educación.

Un millón de niños y jóvenes de las escuelas y colegios públicos están desconectados de sus programas de aprendizaje, en razón de que no tienen los recursos para acceder a las tecnologías educativas. Los mismos estudios resaltan que cerca del 70 por ciento de los hogares, la mayoría de las áreas rurales, no tienen conectividad fija a la Internet.

Son un millón de menores de edad que están al borde de convertirse en una “generación perdida”, una tragedia para nuestro país donde no existen oportunidades de desarrollo ni esperanza para nuestro capital humano.

Además, la emergencia de salud ha repercutido en un deterioro de las condiciones económicas del 60 por ciento de los padres de familia que no saben si podrán mantener a sus hijos en las escuelas y colegios, lo que traza un futuro aún más incierto para los educandos.

Y si esto no fuera suficiente, se vaticina que unos 40,000 estudiantes podrían pasar de la educación privada a la pública con todo lo que esto implica en cuanto al retroceso en los niveles de enseñanza y en la aplicación de herramientas en la impartición de conocimientos.

Llegó el momento para que Honduras dé un salto cualitativo en la educación presencial y trascienda a un sistema de enseñanza virtual incluyente; esto es, introducir innovaciones tecnológicas de punta, combinadas con una participación más activa de los estudiantes.

La educación debe volver a ser una materia esencial para nuestro país. Todos los actores del sistema necesitan ser convocados sin demora, con vistas a pasar de la línea de la mediocridad hacia la calidad e ir desde la desigualdad hacia la facilitación del conocimiento para todos los niños y abandonar los modelos de enseñanza obsoletos.

Connotados académicos se han hecho eco de que “la mejor arma contra la ignorancia es el estudio”, un concepto refrendado por el político, activista contra el apartheid y ex presidente sudafricano, Nelson Mandela, un convencido de que “la educación es el arma más potente que puede ser usada para cambiar el mundo”.

En los tiempos que corren no podemos ni debemos eludir la enorme obligación de rescatar a la población estudiantil que hoy día está al filo de ser “una generación perdida” como producto de la crisis; tampoco seguir marginando la construcción de un sistema educativo para el desarrollo.