Si hay algo en lo que seguramente casi todos coincidiremos es que la conflictividad política y social en la que está sumida la sociedad hondureña la ha generado una institucionalidad degradada por la desconfianza  y un sistema colapsado por el fraude y la corrupción.

Aquí nada ni nadie, directa o indirectamente metido en el ruedo político o vinculado con la institucionalidad electoral y política doméstica, es sujeto de crédito y confianza, y menos de credibilidad y certificado de honestidad y lealtad a los sagrados pero a la vez pisoteados intereses de la patria

Y el recién pasado proceso comicial primario sólo ha supuesto una validación de esa  degradación institucional y democrática que hoy tiene por los suelos a los partidos políticos y sus dirigentes, sus estructuras y camarillas, sus idearios y líneas de acción. 

Bien cala aquí la premisa aquella que él que no se atreve a ser inteligente o parecer al menos ser honesto, se hace político. De ahí que lo pasaría en estas elecciones primarias, fuese que las hubiesen ganado los que ahora se ven derrotados, o que los que lideran el conteo de votos y escrutinio de actas hubiesen sido los “zarandeados”, hubiesen terminado indefectiblemente redundando en la ya institucionalizada descalificación y desconfianza que hoy la sociedad en general le profesa al sistema electoral, a los partidos políticos y a sus liderazgos internos.

 Y vaya que sí, la institucionalidad y los partidos políticos se han ganado a pulso el descrédito y la desconfianza que hoy se les tiene. Se negaron a ese nuevo marco legal electoral que le hubiese dado seguramente otro nivel de certidumbre y confianza al proceso comicial que ahora no se quiere validar ni legitimar.

No quisieron los partidos y las camarillas apostar al cambio en las reglas de juego porque tampoco ha parecido importarles un bledo recuperar la confianza en la democracia representativa!                                                                                        Hicieron lo que tenían que hacer con el paquete de 333 artículos una cosmética “patarata”, haciéndose los locos con las reformas de fondo, lo grueso pues, entre lo que estaba la segunda vuelta electoral y la integridad en la transmisión de resultados.

De ahí que resulte explicable el grave conflicto de desconfianza y rechazo al que ahora se enfrenta el Consejo Nacional Electoral con su sistema de conteo de votos, lectura de actas y divulgación de resultados. 

Por eso es que “convenía” que no se cambiasen las reglas del juego. Pero el país ya no está para seguirle dando más tregua a esta rancia y mañosa institucionalidad que no ha servido más que para agravar el desencanto de la gente con la democracia representativa. 

Para la ciudadanía ya es insoportable seguir cargando con esa carísima factura mientras la clase política tradicional y la que también se precia de renovada, se “regordea” en su negativa pragmática a los cambios en las reglas de juego.

O apostamos de una vez por todas por un sistema participativo, progresista y democrático, o terminamos de entregarle el país y nuestras vidas a la clase política mañosa, sinvergüenza y corrupta. ¡O muere la democracia representativa o le damos el tiro de gracia a quienes han sumido a Honduras en el oscurantismo del fraude, la corrupción  y el descrédito!

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