Si en el año que recién concluyó, el período de sequía fue prolongado; lo que se avizora para 2020 es mucho peor.

La situación proyectada ha sido catalogada como "dramática" por su magnitud y sus repercusiones en torno a la disponibilidad del agua y las condiciones de producción agrícola.

La la producción y la distribución de agua fue realmente crítica en 2019. La escasez del indispensable y preciado líquido nos golpeó con inclemencia.

Para 2020 dicha circunstancia no será semejante, sino más aguda. Los presagios son los peores, de conformidad con lo que se ha advertido por parte de los versados en la materia.

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Hace solo unos días fue comunicada la declaración de emergencia, a la luz de la cual está contemplado el desarrollo de acciones inmediatas para hacer un uso racional del agua y amortiguar las pérdidas de la cosecha, a causa de la sequía.

Hay dos líneas a las que hay que darles discusión. Una primera lectura es que las disposiciones urgentes ante la crisis son nada más coyunturales, demoradas, aisladas, simples e insuficientes.

Un segundo razonamiento es que el tema del cambio climático ha estado fuera de la agenda de prioridades para el país; peor aún, porque la población tampoco ha tomado conciencia del verdadero valor de los recursos naturales, ni cuantificado la factura que nos está pasando la destrucción del ambiente.

Se vuelve imperativo, por tratarse de una situación de "vida o muerte", que  sea fortalecido un movimiento social que sacuda al país en torno a la preservación de los recursos del agua, bosque y suelo.

La biodiversidad entró en el colapso, de manera que en 2020 Honduras tiene la oportunidad de impulsar una nueva agenda para frenar una hecatombe climática.

Somos el país que registra las pérdidas más cuantiosas por la ausencia de una acción consciente frente a la depredación de todo nuestro ecosistema.

Estamos ante el desafío de armonizar las estrategias dirigidas a una adecuada gestión de riesgos, una integración de las comunidades en la conservación del agua, bosque y suelo, así como una intervención para amortiguar los efectos del calentamiento global.

Es así de llano y de contundente: ¡O cerramos filas para salvar nuestro entorno o perecemos!