La lógica parece sólida: con más dinero en los bolsillos, los hondureños tendríamos más oportunidades de prosperar. Pero ¿refleja esta premisa la realidad de nuestro país?.

La evidencia de los últimos años sugiere un panorama más complejo. A pesar de que los salarios reales se han cuadriplicado desde 2008, la desigualdad solo se ha reducido en un 7%. Este modesto descenso se ve opacado por la persistente informalidad económica, que representa casi el 40% del PIB y abarca a más del 70% de la fuerza laboral. Este hecho nos invita a cuestionar: ¿es suficiente el aumento salarial para mitigar la desigualdad y la pobreza?

La respuesta corta es no. La desigualdad es un monstruo de muchas cabezas, y combatirla requiere de un arsenal más diversificado que el mero incremento de los ingresos. Necesitamos una estrategia integral que aborde las raíces profundas del problema.

La educación es un pilar fundamental en esta lucha. Invertir en una educación de calidad, desde la temprana infancia hasta la enseñanza superior, incluyendo la formación técnica y profesional, es esencial.

Una población bien educada y capacitada no solo tiene mejores oportunidades de empleo, sino que también es capaz de contribuir de manera más efectiva al crecimiento económico del país. La protección social es otro frente crítico. La expansión de programas como pensiones, seguros de desempleo y asistencia sanitaria puede ofrecer una red de seguridad para los más vulnerables, reduciendo así la pobreza y fomentando una mayor equidad.

En cuanto al empleo, es imperativo promover la creación de trabajos estables y de calidad, especialmente en sectores innovadores y sostenibles. Esto no solo mejora las condiciones de vida de los trabajadores, sino que también impulsa la economía hacia un futuro más próspero y resiliente. El desarrollo de infraestructura, especialmente en áreas rurales, es clave para evitar la migración y reducir la brecha entre lo urbano y lo rural. Asimismo, apoyar la innovación y fortalecer a las pequeñas y medianas empresas puede dinamizar la economía y generar más y mejores empleos.

Finalmente, la gobernanza y la transparencia son indispensables. Sin una gestión eficaz y justa de los recursos públicos, los esfuerzos por reducir la desigualdad pueden verse seriamente comprometidos.

Pero ninguna de estas medidas será efectiva si trabajamos en silos. La reducción de la desigualdad y la pobreza, y la mejora de las condiciones de vida de todos los hondureños, requieren de un esfuerzo conjunto y coordinado. Debemos abrirnos al diálogo, compartir ideas y trabajar bajo un mismo objetivo de desarrollo, más allá del incremento de los salarios. Solo así podremos construir un Honduras más justo y equitativo para todos.

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