El servicio exterior no podía ser la excepción. El oneroso aparato que le cuesta a las finanzas públicas unos mil millones de lempiras cada uno de los cuatrienios gubernamentales, no ha podido tampoco, en por lo menos las últimas tres décadas, romper las cadenas que lo han mantenido atado a esa relación entre burocracia y corrupción; el fenómeno generalizado y arraigado, muy a nuestro pesar, en la administración del estado de Honduras!.  

Consulados y embajadas, que han sido desgraciadamente un lastre sobre el esfuerzo y sacrificio de miles de compatriotas en el exterior, los que sostienen en pie la economía hondureña con el envío anual de seis mil a siete mil millones de dólares en remesas familiares.

Las víctimas de  las largas filas y tiempos de espera en los consulados que funcionan generalmente en instalaciones indignas, tratados descortésmente o simplemente maltratados por funcionarios y empleados consulares que tal como lo han denunciado los mismos compatriotas, les exigen el pago de coimas para agilizar o hacer efectivo el servicio que buscan.  

Qué pena verdad, porque se trata del trato que se les dispensa a quienes sostienen la economía hondureña. Los que el sistema que les obligó a buscar las oportunidades que aquí no les dio, los continúa maltratando, irrespetando y excluyendo. El mismo sistema que en el país mantiene a siete de cada diez hondureños apenas subsistiendo en el fango de la pobreza.        

Eso ha sido el servicio exterior hondureño. Un aparato también corroído por los abusos, la indiferencia humana, las tropelías de funcionarios consulares que se pasaron por allá los principios de la carrera diplomática y de los valores de la dignidad y el respeto a los semejantes, que en este caso, no son más que los miles de compatriotas que tuvieron que emigrar un día en busca de una vida precisamente digna.                                                                                                                                                    

Una estructura burocrática y onerosa, pobre en principios y gestión, y que hoy, como hace ya un buen tiempo atrás, ha quedado en evidencia en razón de la lluvia de denuncias y quejas que hace la diáspora hondureña, que ha vivido en carne propia la pésima e indolente atención en nuestras embajadas y consulados, en los que por cierto labora un verdadero ejército de burócratas consulares, con salarios en dólares y cobro de coimas también en moneda americana y hasta en “money order”, que no son recíprocos con las escasas y “malhumoradas” horas de labor que desempeñan.                         

De ahí que nuestro servicio exterior, decíamos al inicio, no podía ser la excepción. También lo fisuró la corrupción y la opacidad administrativa: esos tentáculos que tienen en la Honduras de aquí y en la Honduras de allá, una ramificación ya enraizada, con una innegable capacidad para reproducirse y diversificarse a través de todo el tejido social e institucional del país. Un lastre que también tiene una capacidad desintegradora que los sociólogos interpretan como una razón estructural para explicar y entender la crisis moral y social que vive la sociedad hondureña.

Demás está decir que se trata de una crisis que ya hace un buen tiempo atrás echó raíces. No es un mal de reciente data. Ha sido más bien la constante en un servicio exterior corroído por abusos de todo tipo y formas.

Una estructura permeada a través de los años y gobiernos por el nombramiento de funcionarios y empleados a través del tráfico de influencias, de los padrinazgos, del  pago de favores políticos. Una transferible herencia generacional, contaminada por  motivaciones que cercenaron los principios de la carrera diplomática.                                                                   

El nuevo gobierno tiene ante sí el reto histórico de actuar y ponerle mano a un servicio exterior que hace bastante tiempo atrás tuvo que ser intervenido. Y no se trata de otra empresa interventora más. Se trata de enfrentar el consuetudinario flagelo que obligó precisamente a esos compatriotas que ahora son víctimas en Estados Unidos y en otros países, a emigrar.

Un flagelo enraizado lamentablemente en nuestro servicio exterior, cooptado también por el tráfico de influencias, el cobro de coimas, la deshonestidad y los abusos en el poder.  

¿Qué pecados estaremos pagando los hondureños?     

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