Un Estado donde queden impunes la insolencia y la libertad de hacerlo todo, termina por hundirse en el abismo, decía un pensador y filósofo de la antigua sociedad griega. Y cuando una sociedad, en lugar de combatir la impunidad del crimen y penalizar a los infractores de la ley, disculpa, justifica y tolera el delito o la falta, al tiempo que proscribe la virtud y la honradez, le otorga entonces carta de ciudadanía a la premisa aquella de que no hay nada más peligroso que la impunidad.

Por eso es que el fallo que acaba de emitir la Sala Constitucional de la Corte Suprema de Justicia es según la Fiscalía General de la República, peligroso porque genera impunidad y hace que no impere la legalidad y justicia. Entonces, no hay nada tan peligroso como la impunidad, refrenda tajantemente también el Ministerio Público hondureño.

Resulta que la instancia judicial revocó el auto de formal procesamiento por el que el próximo 6 de enero del año 2022, irían a juicio 10 ex directivos del Seguro Social acusados de un megafraude de 118 millones de dólares.

La fiscalía insiste en haber aportado las suficientes pruebas para demostrar la responsabilidad penal de los ex directivos, pero que aún con el peso de las evidencias, el poder judicial a través de la Sala Constitucional desestimó los elementos probatorios librando de toda responsabilidad a los sindicados.  La historia de nunca acabar con los responsables de uno de los peores latrocinios sufridos por el pueblo hondureño.

Unos meses atrás otros dos sindicados por el grosero saqueo sufrido por el Instituto Hondureño de Seguridad Social recuperaron su libertad, amparadas las dos personas, madre e hija, en un permisivo marco legal que no hace más que poner en evidencia la fragilidad y tolerancia de nuestra institucionalidad y particularmente el aparato jurídico para castigar el delito en toda su nociva y letal configuración.

Con el desfalco más grande y monstruoso perpetrado en Honduras, a través del cual le robaron a miles de derechohabientes más de seis mil millones de lempiras, unos 300 millones de dólares, el aparato jurídico, además de hacer aguas en la aplicación de la norma legal, alimenta la percepción de que aquí la infracción a la ley y la corrupción pública como tal, se disculpa, justifica y perdona.

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Vean sino lo que ha pasado también con los hospitales móviles, o lo que pasó con otros sonados casos de corrupción cometidos en gobiernos pasados. Nadie sino un par de ex funcionarios de mediana y apenas incidente categoría en el engranaje burocrático, terminaron pagando los platos rotos.

¿Y los autores intelectuales?, ¿y los peces gordos?, ¿y los verdaderos gestores de esos episodios fraudulentos?

Nadie que esté bien arriba o bien agarrado de los de bien arriba es alcanzado por la justicia en Honduras. ¿O quién o quienes volvieron a acordarse de aquellos 69 diputados que votaron a favor del parto mal habido que fue el código de la impunidad?

 Ese instrumento que le dio carta de libertad a la corrupción e impunidad, y que con los votos de esos ahora “perdonados por nuestro olvido” parlamentarios, se socavó el tejido legal, jurídico y social del país.

No hay nada más peligroso que la impunidad. Y la sed de justicia se vuelve entonces más sofocante mientras el marco legislativo y el entramado jurídico pareciera ser que la alientan y fomentan, empeorando la descomposición moral y ética y la consolidación de la corrupción.

Los hospitales móviles, el saqueo al Seguro Social, el caso Pandora,  y más atrás, el carretillazo, el gasolinazo, en fin, la institucionalidad quedándole a deber a la sociedad hondureña, y unos seguramente no pocos hombres y mujeres  que en Honduras están y seguirán estando por encima de la ley.

Ojalá ahora, que en este proceso de impugnaciones y denuncias de manipulación de actas y de votos, la institucionalidad electoral no se vaya a plegar al lado de los malos sacrificando a los buenos.

Que Dios nos agarre confesados, pero como sociedad no debemos perder todavía la esperanza de que alguna vez aquí la desesperante y bárbara impunidad que ha socavado el tejido social, económico y moral, sea sólo ya una pasada o apenas una perceptible pesadilla.