La condición endeble del sistema de salud del país ha sido desnudada en toda su crudeza durante la pandemia del covid-19 en curso y, en la medida en que la peste evoluciona, las desgracias de la red hospitalaria se vuelven más profundas.

Esta semana que está por llegar a su final, hemos puesto oídos atentos al clamor de las autoridades hospitalarias y de los médicos que están a cargo del dispositivo de atención de los pacientes contagiados por covid.

Casi han llegado a la desesperación estos reclamantes que, como bien afirman- se encuentran “inermes” ante los efectos mortales del nuevo virus.

Particularmente patético es el caso del Instituto Nacional Cardiopulmonar, cuya planta de doctores han expuesto de cuerpo entero la realidad de la institución conocida también como Hospital del Tórax.

Hace apenas dos días contaba con 12 camas, se encontraba casi al término de su disponibilidad de oxígeno y con un anémico abastecimiento de insumos requeridos por el personal especializado para el abordaje de la emergencia.

No es muy diferente lo que sucede en el Hospital Escuela, el principal establecimiento asistencial público de la zona central. Hasta en el piso duermen decenas de pacientes con covid que han sido remitidos a una carpa instalada en el sitio.

Justo ayer, nuestra red de prensa daba cuenta que en dicho espacio improvisado ya no hay lugar para el ingreso de más enfermos. Las autoridades de la institución han denunciado que la ayuda que reciben del Gobierno Central es a “cuenta gotas”, lo que hace que no existan las condiciones aceptables para atender la urgencia epidemiológica.

Las circunstancias que hemos enumerado someramente y que son propias de dos hospitales referentes de la capital, también coexisten en la debilitada estructura funcional de instituciones asistenciales de alta demanda que operan en otras regiones de nuestro país. 

Los especialistas que batallan cada día en las salas de manejo de enfermos en situación grave y crítica por el nuevo virus, se han expresado a una sola voz para recriminar la ausencia de una respuesta pertinente a los problemas acumulados que juegan en contra de su misión de arrebatar a los infectados por el covid de las garras de la muerte.

Nuestro personal de médicos, enfermeras y técnicos en distintas disciplinas de la salud, están literalmente en una guerra sin las suficientes armas para desafiar a un enemigo microscópico que avanza devorando la vida de sus víctimas y carcomiendo aún más nuestro sistema sanitario.

Inconsecuente resulta, en la actual pandemia, que los funcionarios del Gobierno insistan en presentar informes sobre la contratación de personal de salud, adquisición de equipo especializado, compra de medicamentos y la puesta en vigor de estrategias de gestión de riesgos si todo esto queda relegado a protocolos.

¿Cómo se traducen los datos referidos a la aprobación y empleo de estratosféricos fondos dirigidos a enfrentar la pandemia del Covid? ¿Por qué razón persisten los reclamos de equipo, insumos, medicinas, más instalaciones acondicionadas y otras necesidades de cara a una arremetida más severa del nuevo virus?

Es evidente que hace falta una reacción más eficaz, oportuna, coordinada y transparente de parte de toda la estructura montada para la lucha contra el nuevo virus. No vale la repetición inútil de conferencias que retratan un cuadro mediatizado de Honduras frente a la pandemia.

Como cierta vez fue vaticinado: ¡Hay que prepararnos para lo peor! Agregamos: ¡Ingrata impotencia la nuestra con una red hospitalaria exánime e incapaz de dar respuesta a nuestra población que nunca ha tenido acceso a un servicio de salud digno y de calidad!