Lo que ocurrió el pasado fin de semana en la cárcel de mujeres, en donde fueron asesinadas salvajemente cinco privadas de libertad, diagnostica más allá de la emergencia que hace tiempo atrás se declaró en los reclusorios del país, un enfermo y pandémico sistema penitenciario.

Un moribundo sistema de presidios y cárceles gobernados por los reos o privados de libertad, como los organismos de derechos humanos ordenan que se llamen,  desbordados por un caos contagioso y una pobredumbre epidémica que terminó contaminando cada uno de los veinte y tantos centros penales que hay en el país.

Un enfermo y nauseabundo sistema que nos deja en evidencia, que deja en evidencia la vergonzosa ingobernabilidad que priva en las cárceles; que desnuda todas las falencias y debilidades.

Lo que pasa en el interior de los centros penales, como lo que ocurrió en Cefas el sábado anterior, nos sume más en la más profunda y cruenta de las calderas de la criminalidad y la ingobernabilidad penitenciaria en Honduras.   

Las fugas, venta y comercialización de drogas, reyertas y masacres como las que dejaron decenas de muertes en tela, la ceiba y el porvenir, habían alcanzado ribetes   pandémicos que en su momento orillaron al gobierno a recurrir con desesperación a las fuerzas armadas en un intento de recuperar el control de los presidios del país.

Pero a la luz de lo ocurrido en la cárcel de mujeres, en donde un grupo de internas atacó a mansalva y hasta acabar con saña, con la vida de cinco reclusas, es evidente quien o quienes siguen controlando la situación.             

¿Por  cuánto tiempo seguiremos condenados a seguir conviviendo con las tragedias carcelerías?. 

¿Seguiremos siendo testigos –impávidos- de lo que sucede en los centros penales, y en las denominadas cárceles de máxima seguridad, en las que a la luz de la evidencia, lo que menos ha existido es seguridad, tanto para los privados como para los mismos custodios y autoridades?

¿Continuará el país sumido en esta crisis crónica que convertido a los centros penales en un verdadero infierno, en una pandemia de inseguridad e ingobernabilidad?

¿Cuánto tiempo habrá que esperar para descubrir si los militares tendrán o no la cura, o si al final la delegación del manejo de los 24 centros penales y más a la institución castrense, nos resultará más bien medicina peor que la enfermedad?