La incertidumbre está anclada en nuestro país. Lo cierto es que hasta ahora no pudimos superar la crisis política generada en 2009. Las fuerzas políticas apenas han logrado algunos acuerdos oportunistas que nada más han permitido declarar una tregua.

Y ahora, la polarización entre los hondureños es más honda, con motivo de las acusaciones sobre la infiltración del narcotráfico en la institucionalidad del país, emanadas del juicio que se ventila en Nueva York contra Antonio Hernández, hermano del mandatario Juan Orlando Hernández.

La incertidumbre es la semilla sembrada con profundas raíces en Honduras. Los efectos de ello no pueden venir a bien para nuestra población, mayoritariamente desvalida.

Se trata de un sector amplio de pueblo, golpeado por la pobreza, la corrupción, la criminalidad, el desbalance social y la preocupante recesión que muestra la economía nacional.

La conflictividad que vivimos los hondureños hay que leerla e interpretarla en las líneas del descontento de un segmento importante de la población y de las fallas de nuestro sistema democrático.

Nuestra problemática no es extraña a la efervescencia en otros países de América Latina. Sólo hay que pasar una revista de los brotes surgidos en naciones donde también la gente "gime" por los yerros de la clase gobernante y los escándalos que salpican su gestión.

En Nicaragua, la depresión económica se agudiza y crece la oposición contra la administración de Daniel Ortega, que se debate entre las acusaciones de represión.

Los venezolanos, igualmente, huyen de la inflación y de la persecución del régimen de Nicolás Maduro, mientras en Brasil, la popularidad de su presidente, Jair Bolsonaro, se derrumba.

Los ecuatorianos han estallado en protestas contra groseros paquetes de ajuste fiscal, en medio de la declaración de un estado de excepción. En Perú, la crisis institucional carcome la Presidencia.

Los gobiernos de Paraguay y Bolivia tambalean y Argentina sufre la recesión económica, la pobreza en alza y los desaguisados cometidos en el ejercicio de la Presidencia.

Es la fuerza de la protesta y del clamor de los pueblos por una mejoría en sus condiciones de vida. Estos vendavales son, desde luego, más intensos en países pobres como el nuestro.

En estas honduras la situación es cada vez más deplorable y los nubarrones se ciernen con más peso sobre nuestro horizonte. ¿Acaso la el estrato político no debe poner sus bardas en remojo frente a una incertidumbre que nos polariza más y que nos arrastra a una de nuestras peores crisis o convulsiones?