La crisis en la que ha sumido al país la pandemia es de inconfesables consecuencias. Nos ha golpeado a todos, aunque más, como pasa casi siempre, a los sectores más desprotegidos. Pero a todos nos ha tocado sentirla y cargarla, con más o menor peso.

De allí que por tanto todos también, tenemos que cargar con nuestra cuota de sacrificio, conforme al peso distributivo, al deber de la solidaridad, mientras nos decimos que estamos subidos en el mismo barco.

Si al finalizar el mes de abril ya cerca de 200 mil empleados ya cargaban a cuestas su cuota de sacrificio con la suspensión o despido en sus lugares de trabajo, mientras otros ya contagiados se echaban también encima la pesada cruz de la discriminación por su condición de positivos de COVID, cómo es que los demás, desde el gobierno hasta el sector empresarial, desde los círculos de poder político hasta los segmentos ejecutivos, académicos y económicos, podrían dejar de poner también el hombro y rehuir al compromiso con el bien común.  

Y eso es lo que amplios segmentos de la población hondureña le han estado sacando en cara al gobierno de la República.   Miren, una gran cantidad de conflictos los detonan la falta de compromiso entre todos los miembros de un equipo que es colectivo.

 Cuando esos integrantes no muestran un nivel de compromiso equivalente, no se esfuerzan por igual, no se sacrifican de la misma manera, y no se juegan lo mismo en el engranaje colectivo, se desencadena entonces una conflictividad social y emocional.

La falta de compromiso colectivo, la renuencia a cargar su cuota de sacrificio, la apatía descarada a sacrificarse de la misma manera, se convierten en peligrosos detonantes de deslegitimación, irrespeto, desencanto, rechazo.                                              

No es entonces la inoperante gestión de una crisis la que generalmente detona la descapitalización del respaldo popular, de la tranquilidad social, sino más bien la falta de compromiso con el bien común o la cuota de sacrificio que el gobierno o los administradores de la cosa pública asumen y lo demuestran con su pueblo.  

Y es que es a partir de ese sacrificio que un gobierno es legítimamente capaz de liderar y liderar a todos los sectores incluidos aquellos ya comprometidos o que ya cargan  a cuestas su sacrificio.                                                                                                                                                                                                  

Esos son los niveles de conciencia que se le objetan a por ejemplo los altos funcionarios del engranaje gubernamental que ganan exorbitantes salarios. Y no es porque tengamos entre ceja y ceja lo que se embolsan, que por cierto no es poco.

Pero es que los funcionarios públicos y sobre todo, los que están en el pináculo del engranaje gubernamental,  son parámetros concretos para medir la estandarización de compromiso colectivo y sacrificiales cuotas con el bien común.        

Qué es lo que creen que pasa por la cabeza de un empleado que ha sido sacrificado con la suspensión de su trabajito que le deba aunque fuese para “la sal del huevo” como decimos tierra adentro.                                                                                                                      

Yo no recibiré mi salario por tres o cuatro meses mientras el “empetecado” funcionario público seguirá recibiendo, contantes y sonantes, sus 231 mil lempiras que mensualmente se le acreditan en su robusta cuenta bancaria.

¿Hay ahí un compromiso colectivo con el eterno valor de la solidaridad y sentido del bien común?...  

Estos son tiempos inéditos, sí, en los que también están en juego los valores eternos de la solidaridad, del sacrificio colectivo, del cristiano mandamiento de llevad los unos las cargas de los otros.

Cuando le decimos a los funcionarios que ostentan los puestos más altos en el engranaje gubernamental, que bien le vendría al país y al bien común, en este tiempo de profunda crisis, que se revisen los exorbitantes salarios y emolumentos, a lo que apelamos es a que se ejerciten en esos valores eternos y bíblicos, de solidaridad y compromiso con el bien común, y bueno, con la premisa en forma de adagio popular, “de todos arriba, o todos abajo”, de “todos en la cama, o todos en el suelo”. Son valores y premisas, que sin ellos, cualquier esfuerzo institucional y colectivo, fracasará.

Cuando la pandemia ha sumido al país en una profunda crisis, cortándole de tajo el camino a las oportunidades de desarrollo y crecimiento de los indicadores económicos, el gobierno es el llamado a la dar la talla en cuánto a su capacidad de sacrificio.

Ninguna cruzada de recuperación y rescate será reconocida ni legitimada si el llamado a liderarla no da el ejemplo. De todas maneras habrá que meternos en la cabeza que si nos sacrificamos todos es para obtener algo de mayor valor o mejor que lo sacrificado. Y como nos lo heredó un pensador habrá que recordarle también a quienes administran el país y la crisis, que no hay sacrificio sin mejor paga, ni éxito sin sacrificio.