Además de las pérdidas económicas por cancelación de contratos publicitarios, la ausencia de público en los estadios ha repercutido directamente en las finanzas de las instituciones.

En el torneo Clausura 2020-21, uno de los más afectados fue el Honduras de El Progreso, que se quedó sin entrenador y sin jugadores claves, que incidieron en la permanencia del club en el círculo de privilegio.

Otra clara señal de depresión económica resulta la política de rebaja salarial y de reducción de presupuestos que se han propuesto los responsables de lo clubes.

El regreso de los aficionados a los estadios sigue siendo un firme reclamo a las autoridades y la reciente reunión con responsables del control de la pandemia aparece como un acto de buena voluntad que puede aproximar la ansiada resolución.

Pero, ¿está preparada la afición hondureña para un retorno a los estadios?

Esa es la pregunta que debe marcar la hoja de ruta de las autoridades. La ansiedad, el desorden y la intolerancia, han sido constantes en numerosos episodios de la vida cotidiana en diferentes ámbitos de la sociedad: aglomeraciones sin control para empadronarse, para vacunarse, para circular, y debemos sumar la irresponsabilidad de la Liga de Ascenso al permitir el acceso del público a los juegos decisivos de cierre de temporada alentada por la indiferencia de quienes debían tutelar las restricciones.

Los clubes han expresado su predisposición, pero no pueden ser responsables de una logística que necesita disciplina, obediencia y la participación de expertos en controles sanitarios.

Con el suficiente personal de salud y efectivos de seguridad, el Estado debería tomar el control en cada estadio y cumplir rigurosamente con los protocolos que puedan aprobarse.

Y en el marco de esas disposiciones deberán considerar los porcentajes de población inoculada. Los datos hasta el 2 de julio marcan 684 mil 035 personas inmunizadas, de las cuales solo 58 mil 125 han recibido ambas dosis de la vacuna.

Posiblemente se considere suficiente exigir la primera dosis junto a las medidas habituales de bioseguridad, pero tan exigentes con esas medidas, deben ser también los controles de distanciamiento y el constante monitoreo del comportamiento de los hinchas para evitar lo que aparece como la más peligrosa amenaza: la ansiedad, desorden e intolerancia.

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